6

2.4K 169 32
                                    

Efectivamente Snow se había cansado de esperar. Nos había dado varios años de paz pero la tregua había terminado. Era hora de continuar. En seis meses Peeta y yo estaríamos casados.

Me encantó ver la cara del presidente cuando notó que su noticia no me afectaba tanto como el imaginaba. Para mi ya no era una tortura casarme, al menos no con Peeta. Estaba empezando a descubrir todo lo que sentía por él. Y él volvía a ser el Peeta de siempre. El chico atento y cariñoso, al que se le escapaban palabras de amor sin que se diese cuenta, el que no dudaría en dar su vida por mi. Mi chico del pan. Y lejos de asustarme me hacía quererlo más. Todavía no se lo había dicho, eran unas palabras demasiado grandes para una chica como yo. La que juró que jamás tendría novio. La que prometió que nunca se casaría.

Y ahí estaba, enamorándome de Peeta meses antes de casarme con él.

Aunque en esta boda poco pintábamos nosotros. El Capitolio se encargaría de todo. La lista de invitados superaba el millar. Snow nos aseguró que sería por todo lo alto. Algo inmenso, majestuoso, elegante, soberbio, y sobre todo televisado. No habría ni una sola persona en todo el país que no lo viera.

Volvimos a casa. Disfrutamos de esos meses sin ningún contacto con el Capitolio, salvo una breve visita de Cinna y Portia para tomarnos medidas.

Estaba asustada, por supuesto. Pero tenía a Peeta a mi lado, y él no dejaría que nada malo ocurriese.

Llegó el gran día. Me centré en Peeta, para no ver a nadie más. Sólo estábamos él y yo. Ignoré como pude todo lo que sucedía a nuestro alrededor. No me separé de él en ningún momento. Y cuando todo acabó suspiré aliviada. Ya estaba, había pasado, era oficialmente la mujer de Peeta.

Y me asusté como la mierda.

Apenas nos habíamos dado unos pocos besos. Pero sabía lo que Peeta esperaría esa noche.

Me quedé en el baño más de una hora, rogando porque al salir Peeta ya estuviera dormido. No tuve suerte. Estaba sentado en la cama esperándome. En cuanto me coloqué a su lado apagó la luz, me dio un beso y me abrazó como hacía todas las noches.

Estaba tensa y él lo notó. Estuvo acariciando mi pelo hasta que consiguió que me relajara. Murmuró que me quería segundos antes de que ambos nos quedásemos dormidos.

Cuando regresamos al distrito mi madre y mi hermana nos ayudaron a llevar a su casa las cajas que habían preparado con todas mis cosas. Vi a mi madre vacilar ante la puerta de la habitación de Peeta. Sin decir nada me adelanté y empecé a colocar mi ropa junto a la de él en su armario.

Esa noche el miedo volvió a invadirme. No sabía lo que Peeta esperaba. Pero se limito a abrazarme como siempre.

Los días pasaban y él nunca me exigía nada. Pero mis dudas aumentaban ¿y si él también se buscaba a otra como hizo Gale?

Una noche lo noté inquieto, y su actitud me recordó demasiado a cuando descubrió que Gale me había engañado. Antes de empezar a preocuparme decidí encararle. No iba a pasar un minuto más sin saber lo que le sucedía. Así que lo acorralé en la cocina sin posibilidad de escapar.

Se lo solté de golpe. Necesitaba que me dijera cuanto antes si estaba con otra.

Su rostro se desencajó y lo vi lleno de dolor. Él nunca haría eso. Cómo había podido siquiera pensarlo. Me sentí una estúpida. Peeta no era como Gale.

Tras disculparme le pedí que me contara lo que le tenía así de nervioso.

Era por Gale de nuevo. Se había enterado de que se acababa de casar con una chica con la que llevaba saliendo varios años. Peeta temía que eso me doliera. Pero no era así. Nunca quise a Gale, es más me alegraba saber que había encontrado a una chica que le correspondía y le podía dar todo lo que yo jamás le habría dado: una vida tranquila, un hogar, una familia.

Le sonreí a Peeta mientras acariciaba su mejilla. Y le dije cuanto le quería. Él me abrazó con fuerza. Todo estaba bien entre nosotros.

Canela y eneldoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora