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Abrí lentamente los ojos y parpadeé extrañado, ¿desde cuando el techo de mi habitación era rosa? Me senté y miré a mi alrededor. Cielo rosa, césped azul, y varias rarezas más.

—¡La madre que me re parió, estoy en el País de las Pendejadas! —me levanté de un salto y me agarré la cabeza nervioso—. ¡Pero si dejé de comer nutella con cuchara!

Di vueltas en círculo hasta que unas voces me detuvieron.

—¿De dónde salen tantos mocosos? Primero la mocosa aquella y ahora este.

Me di la vuelta y me encontré con una liebre, un conejo, un enano vestido de estrella y un hombre que portaba un gran sombrero.

—¿El sombrerero loco, la liebre hija de su conejísima mamá, el enanito atrevido y el conejo negro? —pensé en voz alta.

—¿El sombrerero loco? —el sombrerero loco entrecerró los ojos—.  Mi nombre es Juan, niño.

Me encogí de hombros. No le iba a llamar Juan.

—¿Liebre hija de su conejísima mamá? Jodido mocoso.

Me encogí de hombros nuevamente.

—Mi nombre es Juan y soy hijo de Laura. No sé cómo he llegado aquí, pero tengo que volver a mi mundo sea como sea.

—¿Hijo de Laura? Vaya, parece que la mocosa se hizo mayor —el conejo negro sonrió levemente.

—Tonterías —el enanito se cruzó de brazos—. Seguro que sigue igual de enana.

Puse los ojos en blanco, él no era el más indicado para hablar de altura.

—¿Te llamas Juan? Te puso mi nombre —el sombrerero fingió quitarse una lagrimita falsa—. Yo en el fondo sabía que me quería.

—No quiero desilucionarte, pero según ella, me puso Juan porque me vio cara de pendejo.

El sombrerero loco maldijo entre dientes.

—Maldita niña —susurró.

—Bueno, dejemos de hablar de mi madre —puse mis manos en mi cintura—. ¿Cómo puedo regresar a mi mundo?

Todos se miraron entre sí y dudaron un instante, después, formaron un círculo y empezaron a cuchichear entre ellos. Luego dejaron de hablar y el sombrerero se acercó a mí.

—Tendrás que destronar a la reina —dijo seriamente.

—¿En serio?

—No. Te la creíste, pendejo —rió—. Sinceramente, no sabemos cómo puedes regresar. Lo único que puedes hacer es convivir con nosotros aquí hasta que sepamos como devolverte a tu mundo.

Bufé. ¿Tendría que convivir con cuatro pendejos que estaban mal de la cabeza? De pronto un enanito desnudo pasó corriendo a mi lado.

—¿Pero qué vergas...?

—Tranquilo —el enanito hizo un gesto con su mano restándole importancia—. Es normal ver a uno de los míos corriendo desnudo. Aprovechan su libertad.

Menudo mundo de locos en el que me he metido.

Juan en el País de las Pendejadas. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora