Capítulo V

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Una mañana fría y despejada de marzo, Jongin se presentó en el despacho de su abogado y esperó a que llegara Do Kyungsoo. Tal y como era su costumbre, kyungsoo se retrasaba. De no haber sido porque Krystal lo había elegido en su testamento, Jongin habría buscado a una persona más puntual.

Jongin bebió un poco de café rancio y procuró apaciguar su ánimo. Si Kyungsoo se hubiera presentado a tiempo, la reunión habría terminado durante su hora del almuerzo. Deseaba, más que nada, regresar a su oficina. El trabajo era su único refugio para superar la pérdida de su esposa.

Su abogado, Choi, le pasó un documento por encima de la mesa. —Puedes revisar el contrato mientras esperamos al señor Kyungsoo. Jongin hojeó con cierto detenimiento las cláusulas del contrato. Había insistido en establecer por escrito las condiciones, de modo que Kyungsoo tuviera claro su papel.

Era una persona mandona y a menudo tenía ideas excéntricas sobre la educación de los niños. Y en cuanto a sus hijos... Jongin torció el gesto. Quería profundamente a sus sobrinos, pero siempre que los veía estaban sucios y cansados y siempre andaban metidos en problemas. Eran, en definitiva, la viva imagen de su Padre( si, aun no se acostumbraba a verle la cara de Madre a kyungsoo). Jongin revisó la totalidad del contrato. Todo parecía en orden y se especificaban muy claramente los derechos y las obligaciones de cada uno durante el embarazo y cuando el niño hubiera nacido.

En especial, Jongin había insistido a la hora de incluir que kyungsoo no podría ver al niño sin supervisión y que carecería de potestad sobre el bebé. Choi había dedicado varios meses al tema hasta que tuvo listo un primer borrador.

—¿Qué pasaría si se niega a firmar? —preguntó Jongin.

—Compartís la titularidad de los embriones —señaló Minho—. Si no firma, me temo que no hay nada que podamos hacer.

—Pareces muy tajante al respecto —se quejó Jongin.

—Así es la vida. Permite que te explique...

Un ruido seco lo interrumpió de pronto. Jongin se sobresaltó involuntariamente.

—¿Es que hay bandas en este barrio? —preguntó.

—Sólo por las noches —contestó su abogado.

El ruido de un motor excesivamente revolucionado hizo vibrar la ventana del despacho. Jongin se asomó con cautela y echó un vistazo al exterior. Miró por encima de un seto cuidadosamente recortado y descubrió una desvencijada camioneta blanca. Estaba pintada con flores y enredaderas de vivos colores. Sobre la puerta podía leerse en letras doradas «El jardín DO». La camioneta petardeó de nuevo mientras Kyungsoo daba marcha atrás y aparcaba. El tubo de escape expulsaba un humo negro y denso.

Jongin  preguntó si la camioneta no incumpliría todas las leyes del estado de sur Corea sobre contaminación vial. Jongin retornó a su sitio. —Nunca adivinarías de quien se trata —ironizó.

—Debería cambiar ese cacharro lo antes posible —admitió Choi.

—Más le vale. No pienso permitir que el padre de mi hijo conduzca por ahí al volante de ese montón de chatarra. Parece peligroso. La puerta de la camioneta chirrió al abrirse.

Jongin pensó que las bisagras necesitarían un poco de aceite.

Guardaba un poco en el maletero de su coche. Se ocuparía de todo antes de que Kyungsoo (por seguridad) se marchara.

Lo vio bajar de la cabina de la camioneta. Vestía unos vaqueros desgastados, manchados de tierra en las rodillas, y botas. Jongin se estremeció.

''Uncontrolled love''Donde viven las historias. Descúbrelo ahora