Capítulo IV

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Tao  salió de la cadena esforzándose por apartar de su mente la triste premonición y subió a su viejo pero fiable coche. Caía el atardecer en aquel día fresco de primavera y el cansancio le pesaba en los hombros mientras se dirigía a su piso.

En días normales, el recorrido era soportable, un milagro teniendo en cuenta el tráfico de china. Pero ese día tuvo que soportar un pequeño accidente y un atasco por obras en la calle principal de su residencia. En el último minuto decidió desviarse para comprar comida china (valga la redundancia)  en lugar de cocinar y, cuando llegó al aparcamiento de su edificio, era ya de noche.

Al doblar la esquina donde estaba su plaza, reprimió una maldición, pues un pequeño deportivo rojo ocupaba su puesto, al lado del enorme SUV negro que pertenecía a su nuevo vecino.

Todavía no lo conocía, pero le había oído moverse el día anterior y confiaba en que esa noche hiciera menos ruido. En realidad, parecía que ya tenía invitados y violaba las normas del edificio.

Aparcó con rabia en el pequeño espacio destinado a los invitados y entró en el edificio. Cuanto antes instruyera al vecino en las reglas de la casa, mejor para todos.

Paró en la puerta al lado de la suya y tuvo que hacer malabares con el bolso grande, el montón de catálogos que llevaba en el brazo y la bolsa de comida china para poder llamar al timbre. Detrás de la puerta oyó música. Volvió a llamar al timbre y, después de unos minutos, se abrió la puerta.

Las palabras airadas que tenía en la punta de la lengua desaparecieron. El hombre que tenía delante medía bastante más de un metro ochenta. Su pelo y sus ojos eran oscuros y la mandíbula lucía barba de un par de días.

Su piel tenía un tono dorado y, como sólo llevaba unos jeans  desteñidos, le lucía bastante. Tenía los hombros anchos y musculosos y el pecho representado por un six pack que desaparecía en la cinturilla del pantalón.

Por el magnetismo que irradiaba su cuerpo como si fuera una colonia natural, parecía un hombre hecho para el sexo.

En una palabra, era devastador.

Le pareció que él también lo miraba, pero por el modo en que se llevó la botella de cerveza a la boca, dio la impresión de encontrarlo menos digno de atención.

—¿Qué desea? —preguntó.

—Soy el vecino  de al lado, Zi Tao.

Él asintió y le lanzó una sonrisa potente.
—Wu Yi Fan. Encantado de conocerlo.
—Igualmente —miró la carga que llevaba en los brazos y optó por no tenderle la mano—. ¿El SUV negro es suyo?

—Sí.
—A su lado hay un coche rojo en mi aparcamiento. Supongo que usted sabrá de quién es.

—Baek —gritó él por encima del hombro, antes de dar un trago a la cerveza.
Apareció un chico  castaño  increíblemente delgado y con curvas al estilo de una muñeca Barbie, las cuales jamás creyó posible en un hombre, ataviado con un suéter que dejaba parte del estomago al descubierto. Por alguna razón ridícula, Tao se llevó una decepción por el mal gusto de su vecino. ¿Pero qué podía esperar?

—¿Qué, cariño? —preguntó el chico.

—¿Has aparcado en la zona de invitados como te dije?

El nombrado como baek hizo un puchero. —Las rayas están muy juntas y no quería que le dieran a mi coche, así que he aparcado al lado del tuyo.

Yi Fan  lo miró y se encogió de hombros con aire de disculpa. —Lo siento,… ¿cómo ha dicho que se llama?

—Zi Tao—contestó entre dientes. Él lo apuntó con el dedo a modo de pistola e hizo un chasquido con la boca. —No volverá a ocurrir.

Tao abrió la boca para preguntar si su invitado podía mover el coche, pero la puerta se cerró en su cara.

Se apartó con irritación. En el edificio había cuarenta pisos y unos pocos imbéciles podrían bastar para causarles problemas a todos. Y puesto que compartía con su vecino un tabique y una terraza dividida, a él le tocaría la peor parte. Abrió la puerta de su piso con un suspiro. Una vez dentro, dejó su carga en el escritorio y llevó la bolsa de comida china a la sala de estar, encendiendo luces por el camino. Ver su piso siempre conseguía calmarlo; lo había decorado adrede en un estilo minimalista, en tonos tranquilizadores marrón y azul cielo para convertir el espacio en su refugio personal.

Las paredes eran blancas y los muebles de líneas rectas. No había abarrotamientos que la distrajeran, ningún desorden que creara más trabajo cuando tenía que relajarse. Suspiró y sintió que el estrés del día empezaba a desaparecer.

Un vistazo al reloj lo empujó a correr a la cocina a por una botella de agua y una bandeja. La serie iba a empezar. Un placer culpable invadió su pecho.

¿Acabarían juntos chanyeol y la chica de Icheon?
¿O D.O detendría él romance  y los mataría a todos?

Se instaló en el sofá, se quitó los zapatos y clavó los dedos en la gruesa alfombra. Encendió la televisión y tomó la bolsa de comida china. Y de pronto, una música fuerte invadió su espacio.

El dueño anterior había sido silencioso y viajaba a menudo. Confiaba en que su nuevo vecino se diera cuenta pronto de que los tabiques de ese edificio eran bastante delgados. Intentó controlar su irritación y subió el volumen de la televisión para contrarrestar el sonido de la música. Sacó un recipiente de pollo con gambas y otro de arroz de la bolsa de la comida.

Desenvolvió los palillos y tenía un trozo de pollo a mitad de camino de la boca cuando el sonido de la  voz de  un chico  atravesó el tabique.

—Ahhh, ahhh…, sí, cariño, eso es… sí.

Tao volvió la cabeza hacia el tabique. No era posible que… Incrédulo, bajó el volumen de la televisión y pudo oír otra serie de exclamaciones.

—Oh, oh, oh… sí. Hazlo. Más fuerte. Más deprisa. ¡Ieeeee! ¡Oh, qué bien!

- ¡Oh, qué bien! ¡Oh, qué bien! Dime algo guarro. Oh, sí… eso es malvado.

-Eres un chico malo.

Tao abrió mucho los ojos. ¿Un chico malo? Un ruido rítmico golpeaba la pared y al principio pensó que uno de los dos daba en el tabique con la pierna… hasta que se dio cuenta, por los crujidos que acompañaban al ruido, que era el cabecero de la cama que se apoyaba en el tabique común.

—¡Oh, por el amor de Dios! —murmuró.

Se sentía un poco sucio, pero curiosamente incapaz de dejar de escuchar.

Los gritos del chico escalaban y una voz más gruesa se unía ahora al golpeteo del cabecero.

—¡Ahora! —gritó el de la voz más suave—. Ya llego. Ya llego. ¡Yaaaaaaa!

A juzgar por su clamor sincronizado, parecía que habían llegado juntos. 

Tao estaba sentado inmóvil, incapaz de creer lo que acaba de ocurrir, pero muy consciente de una creciente erección en los pantalones.

Desde ese fatídico día no  ha podido sacarse su vecino de la cabeza.




















''Uncontrolled love''Donde viven las historias. Descúbrelo ahora