Subieron corriendo las escaleras después de que Kate, la ama de llaves de la casa de Cristina, les guardase los abrigos y la mochila de Nora en el armario de la entrada. En el hall la lámpara de araña iluminaba las paredes y parte de la elegante escalera de piedra blanca cubierta por una alfombra roja dándo al interior de la casa un aire hotelero. Cuando llegaron al segundo piso, la poca luz que llegaba del sol del atardecer, iluminaba el pasillo entrando por una ventana.
-¿Podrías esperarme en mi habitación? Tengo que avisar a mi madre de que ya estás aquí.- le dijo Cristina dirigiéndose a la derecha del pasillo. Nora asintió con una sonrisa en la boca y se dirigió al ala izquierda de la casa caminando sobre la impoluta moqueta roja del pasillo. Al girar el pomo de la puerta de la habitación de su amiga, Nora notó como alguien tiraba de esta y dando un traspiés se encontró con la azul y cálida mirada de un chico de unos veinte años que la miraba sorprendida.
-Hola Nora, ¡cuánto tiempo!- exclamó el chico sorprendido. Su pelo rojizo estaba despeinado y en su cara se dibujó una enorme sonrisa que formaba unos pequeños hoyuelos en sus mofletes.
-¡Dani! ¿Qué tal estas?- preguntó sorprendida sonriendo a su vez.
-Bien, gracias. ¿Y tu?-
-¡Genial! ¿Qué hacías?- le preguntó ella.
-Le robaba un bolígrafo y unos cuantos folios en blanco a mi hermana.- dijo el chico mostrándole un taco de papeles y el bolígrafo que llevaba en la mano. -Ha sido un placer volver a verte, Nora.-dijo a modo de despedida pasando a su lado con una sonrisa.
-Adiós, Dani.- se despidió del hermano de su mejor amiga antes de entrar en la habitación. El enorme cuarto de su amiga tenía las paredes pintadas de color rosa muy claro, una pequeña parte servía como sala de estar y tenía, sobre una impoluta alfombra blanca de pelo blanco, una mesa baja de madera oscura rodeada por un sofá de cuatro plazas también blanco que hacía juego con el pequeño mueble dónde estaba la televisión más grande que había visto en una casa. Dos escalones dividían esta sala improvisada de la parte dónde estaba la cama y el escritorio. La colcha de la cama era de color rosa, azul y blanco con el dibujo de lineas rectas elegantes, el cabecero era blanco y el escritorio también. La silla de estudio era muy cómoda y del mismo color que la mesa baja de la sala de estar. Las cortinas eran rosas y transparentes, dejaban pasar la luz del sol, pero lo más grandioso de la habitación era el enorme vestidor lleno de ropa, zapatos y bolsos de mil colores diferentes. Nora se sentó en el sofá y encendió la televisión pulsando a un botón del mando adistancia que se había encontrado en la mesita. La puerta se abrió y Cristina se dejó caer a su lado.
-Siento haberte dejado abandonada.- se disculpó la chica morena.
-No importa.- contestó encogiendose de hombros su amiga.
-¿Qué estas viendo?-
-Un programa de estos de pensar. El concursante tiene que responder esas preguntas por dinero.-
-No es interesante.- dijo Cristina haciendo una mueca. -Cuentame, ¿qué tal te ha ido sin mi en el instituto?-
-Mal.- respondió Nora con otra mueca. -Todo es muy aburrido sin ti.-
-Lo sé.-
-Egocéntrica.- rió. -¿Qué tal en Tokio?-
-Los japoneses son feos.- rió la chica moviendose en el enorme sofá. -El modelo con el que trabajé aquella semana en la sesión de fotos de Dior, me dió su número de teléfono.-
-¿Y?-
-Estamos saliendo.- dijo Cristina con una sonrisa.
-¿Cuántos años tiene?-
-Veintitres.-
-¿¡Veintitres!?- exclamó Nora.
-No grites.- le riño su amiga tapándole la boca con una mano y llevándose un dedo sobre los labios. Miró a un lado y a otro antes de quitarle la mano de la boca.
-Te lleva muchos años, Cristina. ¿En qué estas pensando?- dijo su amiga susurrando.
-Lo sé... ¡Pero es tan dulce!- exclamó la chica morena abrazando un cogín con un gesto muy teatral. Nora puso los ojos en blanco y negó con la cabeza.
-Solo te voy a decir una cosa, Cristina: el tiene veintitrés años y un hombre de esa edad ya no busca sólo besos y abrazos... quiere más.-
-¿Cómo sabes eso?- preguntó -¿Has tenido alguna experiencia?-
-Sabes que nunca he tenido novio.- la miró con el ceño fruncido.
-Vale, no insisto.- dijo la chica levantando un poco las palmas de las manos en un gesto tranquilizador. -¿Y quién te dice que yo no quiera más?- escupió.
Si Nora hubiese tenido en aquel momento líquido en su boca, la hubiese escupido como si de una fuente se tratase.
Sin palabras se quedó mirando a su amiga con una expresión interrogante en la cara.
-Haz lo que quieras.- dijo Nora seriamente. Casualmente, unos segundos después, llamaron a la puerta y entró en la habitación
una mujer rubia peinada con un moño pulcramente recogido sobre su cabeza vestida con el uniforme de la servidumbre. En sus manos llevaba una bandeja de plata con dos enormes copas de batidos, uno de fresa y otro de chocolate, y dos platos con tortitas americanas con sirope de chocolate acompañadas con una bola de helado de vainilla con trozos de galletas de chocolate.
-Señorita Patrick, señorita Collins; les traigo la merienda. Espero que la disfruten.- dijo colocando la bandeja sobre la mesa y poniendo cuidadosamente los platos sobre la madera ordenadamente. Hundió en el batido unas pajitas decoradas con estrellas rosad y azules que se mantenían en una perfecta recta vertical gracias a la nata de encima. Cuando acabó, de su delantal sacó tres películas. -Señorita Patrick, le he traido las películas que me pidó.-dijo dejandolas sobre la mesa. -¿Necesita algo más?-
-No, puede retirarse.- dijo Cristina casi sin mirarla. La mujer salió de la habitación y cerró la puerta tras ella.
"Esta casa es como estar en el paraíso." pensó Nora probando un trozo de su tortita.