Sólo un beso

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Transcurrieron aproximadamente 6 meses desde la última navidad. Las cosas marchaban bien para los guardianes, los niños no corrían ningún tipo de peligro por lo que ellos simplemente se mantenían ocupados con sus actividades diarias. Cada quién estaba en su propio mundo y eso no era raro por esas épocas, mucho menos para el amargado conejo de pascua que disfrutaba enormemente de poder dedicarse al trabajo en soledad, sin nadie que lo interrumpiera.

Eso solía ser así normalmente, pero desde que Jack Frost entró a sus vidas como el miembro más reciente de los guardianes, E. Aster Bunnymund se acostumbró a tener esa plaga invernal rondando por la madriguera cada vez que el adolescente deseaba molestar o simplemente se aburría demasiado. Por esto resultaba tan extraño que desde hacía ya un buen tiempo Jack evitara por completo entrar a la madriguera, inclusive evitaba todo tipo de contacto con el pooka.

¿Por qué? Bunnymund no lo sabía. Él no había hecho nada malo contra el duende. Inclusive el trato entre ellos pasó de hostil a uno más jovial. Cual camaradas casi inseparables, por más opuestos que fueran, o por más estresante que pudiese resultar Jack. No entendía el porqué de ese repentino vuelco a su relación, pero era consciente de que llevaba más de 6 meses con aquella actitud infantil. Desde el día en que...

Se besaron bajo el muérdago.

Pero no podía ser por eso ¿Verdad? Era sólo un tonto beso dado por las circunstancias. Fue inevitable, para que North fuese feliz y no estuviera toda la noche reprendiéndolos por romper sus bien preciadas tradiciones. Tradiciones muy estúpidas al parecer del conejo, aunque no quería arriesgarse a romperlas. No de nuevo.

Si Jack se sentía ofendido luego de eso, era mucho más inmaduro de lo que Aster creía.

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Aquella tarde todos los guardianes fueron convocados al Polo. Nada grave, sólo una de las tantas reuniones sociales que North organizaba con el fin de pasar más tiempo juntos. Era por esa vieja charla de "somos una familia y tenemos que actuar como tal, debemos reunirnos de vez en cuando". Ese viejo era demasiado hogareño y familiar, insistía bastante con ese tipo de actividades.

Bunnymund se excusó para faltar a la reunión. No porque no quisiera verlos, cada uno de ellos era parte importante de su vida, aun si no fuese a admitirlo en voz alta, y los días que pasaban juntos eran realmente importantes para él. Pero siendo sincero tenía mejores cosas que hacer en lugar de "desperdiciar" el tiempo en una fiesta sin sentido. Los preparativos para la pascua normalmente le tomaban bastantes horas de sueño que no podía despilfarrar. Claro que Nicholas North era sumamente persuasivo cuando así lo deseaba, bajo esa apariencia de ruso jovial tenía sus pequeños trucos sucios para convencer a los demás de hacer su voluntad.

- "Más te vale venir, Bunny, o no me haré responsable de lo que comente cuando suban las copas ¿Recuerdas la cena de navidad hace 10 años, cuando tú y la marmota ..."-?

Eso era más que suficiente para que aquel pooka australiano dejase todo de lado con el fin de asistir a la tan mencionada reunión. La marmota... No. Simplemente no. Nadie nunca debía enterarse de eso. Primero se convertiría en un canguro antes de dejar que lo supieran.

Por dichas circunstancias, dejó la eternamente cálida primavera de su amada madriguera y, mediante el uso de sus túneles, acabó arribando al helado Polo donde se erguía la fábrica de juguetes de Santa.

Apareció de una vez en el recibidor principal el cual estaba envuelto por un cálido ambiente proporcionado gracias a la amplia chimenea cuyo calor emanaba en cada rincón, situación que el conejo agradecía. Detestaba el frío sin dudar y daba gracias de no tener que congelarse las patas ni las orejas en esa ocasión. En el mismo recibidor amplio ya escuchaba las risueñas voces de aquellos con quienes había quedado en reunirse, quienes debían estar reunidos en el comedor principal no muy alejado de donde él estaba. Un par de paso largos fueron suficientes para posicionarlo donde el resto de guardianes, al fijarse en cada uno de sus rostros pudo notar sin detallar demasiado el sutil rubor que les coloreaban las mejillas. No esperaron ni siquiera a que llegase para abrir las botellas de alcohol, que agradable.

MuérdagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora