I. ANNABETH.

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Percy le coge de la mano. Es raro, inesperado, y él parece no darse cuenta, así que Annabeth decide pretender que no le ha tomado por sorpresa. Que no le resulta extraño, después de años de verle a través de un velo de mutuo cariño fraternal. Que no tiene que reprimirse de observarle con agudeza cuando él se atreve a entrelazar sus dedos.

Percy levanta algo de arena con el pie al agitarlo nerviosamente contra el suelo, y ella se permite echarle una mirada inquisitiva. Sus ojos verdes pasan por encima de las llamas de la hoguera y reposan sobre una inconfundible cabellera rubia al otro lado del círculo de campistas celebrando, y la realidad sacude a la hija de Atenea suavemente con un oh.

Le acaricia el dorso de la mano a Percy con el pulgar de manera tranquilizadora, uniéndose a cantar la alegre melodía que guían los hijos de Apolo. Sabe que Percy ha estado solo desde que Gea fue derrotada ― o lo que puede caber dentro de soledad estando en un sitio como lo es el Campamento Mestizo. Que después de meses de sostenerle entre sus brazos con sus preciosos ojos verdes empañados gracias las lágrimas causadas por los recuerdos de todo lo sucedido en el Tártaro, se dieron cuenta de que habían estirado al máximo el romance entre ambos. Igual que ella, Percy ha mantenido su corazón cerrado ante intrusiones ajenas poco después de aquella última batalla (aunque las razones de la rubia son completamente diferentes).

No es como si al hijo de Poseidón no le llovieran pretendientes ― Perseus Jackson, salvador del Olimpo. ¡Dos veces! ¡Consecutivas! ― ; Annabeth puede enumerar a varias personas que habrían estado dispuestas a sacar a Percy de su estado de melancolía post guerra-contra-la-maldita-madre-tierra. Rachel era de las primeras en la lista, pero no podía dedicarse a esperar eternamente mientras Percy perdía el interés. 

Los años pasaban. Gea había quedado en el pasado (bien enterrada tras él), y como en esta noche, los semidioses veteranos en ambos campamentos se dedicaban a celebrar otro año aún en pie, unidos y en paz. 

Por mucho que Annabeth se preocupe por el chico ― no, hombre; hombre joven, porque Percy ya no es un niño impertinente y rebelde― y su salud emocional, no puede dedicarse a ser su casamentera personal con un Olimpo aún en reconstrucción y un campamento que guiar. 

Empezaba a sospechar que Percy era asexual igual que ella desde hacía varios meses (tres años soltero es un largo tiempo, en especial para personas cuya vida es tan pacífica como el agua turbia, que es el caso de los semidioses). Pero ahora, examinando los animados ojos azules del dueño del fogoso corazón de Percy, sólo se pregunta si éste estará consciente de sus renovados sentimientos hacia el primero. «Percy puede llegar a ser tan ciego algunas veces...»



La mañana siguiente, cuando la mano de Percy busca la suya sobre los mapas preparados para jugar Captura la Bandera, Annabeth esboza una sonrisa de complicidad para sí misma. No por cómo se aferra los dedos bronceados del ojiverde a los suyos ni porque se interna en su espacio personal mientras trazan rutas y asignan posiciones. (De alguna manera, juvenil y espontánea, la situación le da risa.) 

Sonríe porque Percy le toma de la mano para poner celoso a Jason Grace.

Paramour ; Jercy.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora