Los días fueron pasando. Los difusos personajes volvían cada día y ya eran reconocidos como amigos de la casa. Comprendí que, en el arduo trabajo de cocina, las recetas sumadas a la imaginación, son hojas del gran libro que guían a los chefs durante la jornada. Que mis compañeros de salón, enormes monos internacionales, también tenían historias para escuchar. Yo, comencé a usar un uniforme hermosamente negro, todos los días me peinaba y aprendí como mezclar bebidas para un buen cóctel. En el tiempo, aprendí a vivir la verdadera experiencia de los encuentros con otros, también a degustar los manjares, acompañados de un excelente vino y las caricias de las pinturas que rodean el restaurante.
Hoy es un día especial. Acabo de regresar de mi primera excursión, de recrearme con el hallazgo del mar mediterráneo. Mientras regresaba al restaurante, como atraído por la señal de neón azul, que escribe su nombre, una melancólica idea me atrapo. Supongo que al contemplar el horizonte, el mar y su inmensidad, prepararon el terreno para afrontar nuevos desafíos.
-Tengo ganas de que me pase algo, pero no se que-. Pensé al mismo tiempo que penetraba, entre las plantas, al restaurante.
De inmediato respire los aromas de una bella conversación. Eran ellos, se encontraban en la barra, conversando con un señor canoso, un artista que todavía dibuja con pulso joven.
Comencé mis tareas en silencio, tratando de pasar desapercibido, mientras recogía los restos de lo que había sido un Carpaccio de buey con láminas de foie gras y chips de parmesano y otro plato de tartar de atún rojo, acompañado con una espuma de soja y lima, escuché:
-¿vamos a seguir navegando en conversaciones e ideas, sumergiéndonos en el interior?...o, ¿seguiremos viaje, proyectándonos hacia lo desconocido?