Shia -I

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La ladrona

Ella era capaz de moverse en completo silencio, pues era amiga de las sombras y por ende nadie podía decirle nada entre el barullo del mercado de  Samril, la capital del mundo vacío.
Como ladrona experta que era, Shia sabía que si quería conseguir cualquier cosa, lo mejor es simplemente cogerlo e irte, sin que te vean; o por el contrario, dejar que te vean de forma perfecta, pero que no puedan decirte nada. Y eso decidió hacer ese día, de manera que estaba en una esquina de la bulliciosa plaza del castigado , llamada así por una jaula tamaño humano  que estaba en el centro de la misma.
Aquella tarde sabia que iba a venir un shakala, uno de los tres dirigentes de la ciudad, gobernando de esta forma por tres hombres de igual poder, y cada siete años otros hombres eran votados y el ciclo volvía a empezar.
La chica suspiró, a la espera del shakala. Se estaba retrasando.
A los pocos minutos se empezaron a oír los cuernos anticipando la llegada de aquel hombre, cosa que ella aprovechó para agarrar una manzana de un puesto mientras el mercader estaba ocupado tratando de ver quien llegaba, y con la misma, se metió por un callejón desierto y polvoriento.
Siguió por los callejones durante unos minutos, para al poco rato subir por una tubería de metal (guardándose la manzana en un bolsillo) hasta el tejado de una posada, donde en un lateral (por la extraña construcción) se había formado lo que podría pasar como una pequeña habitación de la que una de las paredes era la de la chimenea de la posada, por lo que mantenía la temperatura mas o menos bien las noches frías.

Dentro había unas cajas de madera donde guardaba sus escasas pertenencias. Una manta, una botella con agua, algunas monedas, un saco de arpillera de recambio para cuando se rompiera demasiado el que llevaba y un libro bastante viejo, que hablaba de retórica.
También había una plancha de madera que hacia a veces de puerta que, aunque los días de lluvia no sirviese de demasiado, algo arreglaba.
Shia vivía sola, ya que si más gente conociese su pequeño sitio tendría que pelear por el poco espacio, y eso que ella era bastante pequeña para sus dieciocho años largos. Lo malo de esa soledad es que si te metías en un lío, seguirías solo, y mas de una vez a ella le había pasado.
Lo peor de aquel estado de pobreza era aquellos hombres que la miraban como si fuera una prostituta. Y ella podría haberse aprovechado de esa situación y ganar mucho dinero, ya que entre su pelo que (cuando estaba limpio) era blanco como la leche, su busto adecuado a su metro sesenta y cinco y sus cuarenta y siete kilos de peso, le concedian, lo que sus pocos conocidos llamaban, una belleza sobrenatural. Pero aquello solo sucedió una vez, y la cosa salió tan mal que ella se prometió no volver a tener relaciones de ese tipo con nadie.
Sacó la manzana, y tras lavarla con agua de la botella y dar ella misma un trago, empezó a comérsela; primero todo el lateral, luego el corazón, de abajo arriba, dejando únicamente la ramita de la que había crecido la manzana, la cual tiro a la calle.

Tras esto, se tumbó de espalda a la pared de la chimenea, mirando de frente la salida del cuartucho, tratando de dormirse.

Viendo que no iba a descansar ese día, decidió salir de allí a dar una vuelta por los tejados, eso siempre la calmaba. Y entonces la vio; una gata delgada como pocas, con el pelaje mas bonito que nunca hubiera visto, de un extraño color, cambiante y acerado. Si no fuera imposible, la chica habría dicho que se trataba del mercurio transformado en animal.
Shia se sorprendió a sí misma caminando hacia la bella gata con cuidado de no hacer ruido para que no huyese, pero a pesar de sus esfuerzos, la gata se movió unos cuantos metros alejándose de Shia
—Vamos gatito... —llamó la chica—... Por favor.—
La gata la miraba recelosa, lamiéndose una pata.
¿Y cómo se que no me vas a comer?
La gata no se había movido ni un milímetro, pero Shia estaba segura de haberla oído hablar.
—Espera un momento... ¿puedes hablar? ¿Qué demonios había en esa manzana...?
En la manzana no había nada. Dice entre unos ronroneos que Shia hubiera jurado eran risas. — ¿Entonces que demonios pasa?—preguntó molesta. No pasa nada mujer, es solo que he decidido hablarte... Ya que me has caído en gracia.
Shia se puso la mano en la frente.
—A ver... recapitulando, ¿me estas diciendo que eres una gata que habla y que ha decidido venir a charlar conmigo por que estabas... Aburrida?—
Exactamente.
La gata parecía divertida.
—Tiene que ser una broma —La muchacha, escéptica como pocas, pensaba que aquel tendero habría puesto alguna droga a las manzanas para provocar que sus clientes comprasen mas o algo.
No estas drogada. El animal se movió hacia una cornisa.
—Claro que no, solo estoy hablando con un animal que lee mis pensamientos —El tono de voz de la chica dejaba claro su escepticismo respecto al tema.

Esta bien... pide lo que desees. maulló la gata.
— ¿Huh? ¿Lo que yo quiera? —Tras pensar unos segundos, continuó—. Está bien, quiero ropa cómoda y que no llame la atención.
Qué fácil... ahora vuelvo. Tras estas palabras el animal saltó hacia las sombras de un callejón y se perdió en el crepúsculo.

—Debo haberme vuelto loca —dice Shia, hablando con el aire justo antes de darse la vuelta para volver a su cuartucho.
Ya allí se tumbo en su manta a intentar dormir nuevo. Para su poca sorpresa, no lo consiguió.

Historia de LeirielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora