Golpeando las puertas del cielo

37 2 0
                                    



I. Año 2.332. Inframundo

Las ninfas Mimosa y Canopus asomaron lentamente desde la cima de una gran colina que ofrecía una inmejorable vista del desierto rojo. Habían pasado todo el día montando sobre el lomo de Cerbero, en búsqueda del ángel que les rastreaba la bestia tricéfala, pero aún no habían dado con nadie. En cambio, se toparon con una realidad tan inesperada como desesperanzadora: comprobaban con estupor cómo, sobre la vasta planicie, un gigantesco ejército de espectros marchaba en perfecto orden. Desde la distancia solo era una mancha oscura y borrosa que levantaba una espesa neblina de polvo a su paso, pero incluso así imponía temor.

Y es que eran millones. Entre las filas marchaban bestias tricéfalas como Cerbero, que gruñían mientras eran guiados por sus iracundos jinetes. Al frente iba su mariscal, este más sereno que sus súbditos, y montaba su propia bestia. Su nombre era Antares y poseía unos llamativos cuernos dorados poblándole la cabeza. Su armadura negra refulgía y la capa flameaba enérgica al viento. Elevó su lanza al aire, rugiendo el grito de guerra para empujar a sus guerreros.

—¡Arded en nuestras almas, flechas de fuego!

Las bestias correspondieron el grito y el desierto rojo se estremeció hasta sus cimentos.

Mimosa sintió miedo y sus ojos se humedecieron cuando el rugido llegó hasta ambas. Piedrecillas repiquetearon a su alrededor. Conocía al mariscal de los espectros; Antares nunca había sufrido una derrota y había aplacado todas y cada una de las rebeliones que pretendieron derrocar el imperio del Segador. Temía que los ángeles y los mortales no tuvieran posibilidad alguna contra él y su vasto ejército, por lo que arañó una roca con desazón.

—Están marchando al reino de los ángeles ¿no es así? —preguntó Canopus.

Silencio. Y Canopus insistió.

—¿Cómo se supone que van a entrar?

—Seguramente usarán el acceso por donde entraron.

—Si Antares va al frente, entonces no hay esperanzas —Canopus se sentó sobre la roca y abrazó sus rodillas—. Encima pensabas que aquí habría millones de ángeles, ¡y no es así! ¡No he visto ninguno más que aquellos dos!

—¡Siempre negativa! Tal vez al otro lado haya un ejército de ángeles resguardando la entrada.

—Como si fuera tan fácil de derrotar a Antares. Todo esto es otra rebelión perdida. ¡Ya no quiero continuar!

Canopus estaba enfurruñada, pero Mimosa se inclinó para acariciarle la mejilla. Ambas estaban agotadas de tanto viajar por el desierto, pero no podían rendirse. En Flegetonte y otras ciudades del Inframundo aún había ninfas que debían ser rescatadas y lo sabían muy bien; ambas eran la única esperanza y no podían dejarse vencer.

—Calma. Si ese ejército está marchando a los Campos Elíseos, entonces el Inframundo estará con la guardia baja. Continuemos buscando al ángel que Cerbero está rastreando —giró la cabeza y miró a Cerbero, que dormía sobre una roca—. ¡Shus! ¿Qué dices, pequeño? ¿Realmente estás convencido de que hay otro ángel por aquí?

Cerbero despertó desperezándose entre gruñidos. A Mimosa le causó ternura, pero Canopus ya no soportaba a la bestia tras tanto tiempo aguantando su olor. "Este perro", pensó haciendo mohín. "Solo nos está llevando de paseo por medio desierto". La bestia estiró los tres cuellos entre ronroneos para que Mimosa le acariciase. La ninfa se inclinó y besó la frente de una de las cabezas. Frotó sus propias manos, que brillaron tenuemente, y las posó sobre una herida en las patas.

Destructo IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora