Parte 5

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El miedo ya se convirtió en una parte de él. Su anterior problema, dormir, ya estaba solucionado, pero ahora su angustia caía en el día. Matias pensaba que tenía una maldición, que estaba loco, o que Dios jugaba con él para poder divertirse en la calma del paraíso.
Dos días llevaba en la misma plaza, en el mismo banco, de a poco pasó a ser una pieza mas del lugar. Algo tenía que hacer, no podía seguir lamentándose, iba a volver a su casa y ponerle fin a toda esta situación. Agarró su abrigo y caminó las 17 cuadras hasta su departamento, por el silencio del pasillo el chico notó que Eleonora no estaba. Su puerta estaba sin llave, la abrió lentamente e hizo ruido para advertir a cualquiera que probablemente entró, no había nadie. Estaba todo igual, las botellas en la cocina y en el suelo, el sillón, las sabanas con las mismas arrugas de siempre, y él se sintió aliviado, aliviado de ver que su miserable hogar estaba como lo dejó.
Se sentó, respiró y escuchó a alguien, alguien atrás suyo. Saltó y preguntó inmediatamente quien era, nadie contestó, era obvio que había alguien porque solo una persona puede caminar como se oía en aquel mismo instante. El joven agarró un paraguas que tenía a mano y se metió sigilosamente a la habitación de donde venía el ruido, había alguien en su cama, las sabanas planas ahora tenían adentro una persona, su figura era de contextura alta y muy flaca. No le vio la cara, salió de la habitación porque el pánico le inundó la mente y pensó, pensó que hacer, pensó si llamar a la policía, la mejor respuesta, era despertar a ese ser durmiendo en su cama. Lo tocó muy suavemente con el paraguas en lo que parecía una pierna pero la sabana se derrumbó sobre la persona durmiendo, como si aquella pierna hubiera sido aire. El susto de lo ocurrido obligó a Matias a levantar aquello que cubría el cuerpo desconocido. Aire, puro y simple aire había en lugar de una cosa hecha de carne y hueso, era su imaginación, algo le estaba provocando todos sus males.
Decidido fue hasta la mesa y agarró las pastillas, fueron ellas, su jefe le había advertido que tenga cuidado. Nunca se imaginó que todo esto podría pasarle a él. El ruido otra vez, pero ahora en el baño, se abrió la canilla, y se entrecortaba el transcurso del agua cada tanto, como si alguien se lavara las manos o llenara un recipiente. Fue hasta ahí queriendo sorprender al intruso pero el agua estaba cerrada y la toalla en el piso, casualmente mojada, no podía ser, estaba perdiendo la cabeza. Él creía que la locura era de nacimiento o de viejo, él era sano dentro de todo, reflexionó las mil causas de esto y vio que todas apuntaban a las malditas pastillas. Nunca hay que confiar en una bolsa de papel arrugada y sin nada escrito.

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⏰ Última actualización: Mar 08, 2017 ⏰

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