Capítulo 2.

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Antes de bajar del coche, hecho un último vistazo rápido al internado; es enorme, no sabría decir cómo de grande, pero mucho. Las puertas son grises, que hacer que le de un aire espeluznante. Está rodeado de vallas, y éstas tienen pinchos en la parte superior por lo que veo. "Hm, inteligentes" pienso, mientras yo misma reconozco que escaparme escalando las vallas fue una de mis ideas.

¿Porqué los internados nunca son alegres, con arcoíris y unicornios dibujados en las paredes, y la gente que trabaja vestida de helado gigante? Río en silencio por mi estúpido y cursi pensamiento, pero preferiría que fuesen así en vez de como son.

Abro la puerta del auto con desgana y saco mis maletas. Al parecer, el señor no es tan caballeroso como para ofrecerse a llevar algo por mí.

"No, no hace falta que me ayude, gracias por las molestias de todas formas." sonrío de la forma más falsa que nunca lo he hecho. Sí, acabo de faltarle el respeto a un señor mayor, ¿y qué? Posiblemente no le vuelva a ver en la vida.

Él hace su famoso, al menos para mí, gesto y a continuación no dice nada. Cuando entramos al lugar se hacen notables varios pares de ojos puestos sobre mí, pero por alguna razón no me incomoda. Espero que en este sitio no tengamos que tratar a los profesores como sargentos, o que nos manden hacer 20 flexiones cada vez que hagamos algo mal o yo que sé qué. La entrada es grande, pero con colores apagados. Qué raro. A mis lados veo varias puertas con un cartelito colgado en cada una en el que pone "Prohibido entrar. Sólo personal". Camino hacia adelante seguido del señor, que por cierto, no sé cuál es su nombre. Voy tan distraída fijándome en todo y metida en mis pensamientos que no me percato de que tengo un hombre gigante delante de mí. Yo, naturalmente, sigo andando, hasta que choco con él. Miro hacia arriba para encontrarme una perilla gris en un rostro serio.

"Yo...eh..." doy un paso hacia atrás, intimidada. Este tío verdaderamente da miedo.

"Enséñame todo lo que tengas en los bolsillos. Las maletas las comprobarán ahora mis compañeros" me dice y le hago caso, porque si no lo hago tengo miedo de que me lance de nuevo hasta Liverpool de un puñetazo. Cuando el hombre ve el paquete de chicles en el bolsillo de mis vaqueros, me mira a los ojos intimidándome de nuevo.

"Aquí no se puede comer chicle." el de la mueca extraña tenía razón, mierda. Yo necesito chicles para ser persona. Es raro, lo sé, pero realmente creo que soy adicta a mascar chicle.

"No pienso dártelos. Los necesito." grito y en ese mismo momento puedo notar unos ojos fijos en mí desde otro lugar, pero lo ignoro.

"Me los tienes que dar, es por tu seguridad debido a las pruebas que tendrás que hacer a lo largo del tiempo que estés aquí" el hombre sube ligeramente el tono de su voz pero ya no me intimida tanto como antes.

"No" respondo entre dientes.

"¿A las buenas o a las malas?" me dice. Aprieto mis manos convirtiéndolas en puños, y sin decir nada, escupo el chicle que tengo en la boca a sus horrendos zapatos antes de tirar la caja que tenía en mi bolsillo. Los ojos que he notado antes siguen en mí. Sigo ignorándolos, aunque me pregunto quién será el que tanto me mira y porqué se mete en mis asuntos. En fin, vuelvo mis pensamientos al rostro serio pero esta vez con un toque de diversión en su cara. Ugh, casi lo prefería serio.

"Muy bien" finalmente dice, haciéndose a un lado para darme a ver un pasillo con puertas pequeñas y desgastadas a los lados. En el fondo se ven unas escaleras, por donde el tío enorme me acompaña para que suba. Me acuerdo del señor de la mueca y pienso en qué habrá sido de su existencia.

Desde fuera he podido distinguir que en este edificio habrían unos cuantos pisos, y casualidad a mí me tenía que tocar el último, o sea, el séptimo. Por si fuera poco, no hay ascensor.

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