Inocente belleza

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"Era amor a primera vista, a última vista, a cualquier vista."

V. Nabokov.

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La primera vez que lo vi, supe que no era como ningún otro chico que hubiera conocido antes.

Y no precisamente me refiero a lo atractivo que es físicamente Kagami, sino a las pequeñas cosas que he notado de él conforme nos hemos ido conociendo mejor. Detalles como su cabello desordenado en la parte de su nuca, justo como si se acabara de despertar.

O tal vez que sus zapatos deportivos siempre combinan con la camiseta que traiga. Y ni hablar de que ocasionalmente trae un calcetín de un color y otro distinto, tal y como se los pondría un niño pequeño. Kagami es distinto en todos los sentidos, no sólo por su peculiar moda, sino porque sus labios se fruncen preciosamente cuando está en un aprieto.

Y no sé si lo sepa, pero cuando está avergonzado, tiende a bajar la cabeza y a entrelazar sus dedos intentando disimular sus mejillas que se colorean de la misma tonalidad que su cabello.

Pero eso no es todo. A veces Kagami suele perder la noción del tiempo y el espacio. Muchos pensarían que es algo malo, pero a mí me parece peculiarmente lindo.

Un ejemplo es que el chico podría hablarme de todo al mismo tiempo, con pasión y motivos. Y en menos de dos segundos estar mirando fijo hacia la nada, ya que se ha perdido en su propio mar de pensamientos confusos. Pero justo de la misma manera puede escucharme por horas, atento, leal y confiable. Te da esa impresión de oírte con el alma, aun cuando toques temas tan triviales.

Kagami es como un ente que sobresale de todos los ejes y formas. No sólo porque para ser mitad japonés es enorme y come lo de veinte personas. Sino porque le gusta mirar fuentes de noche y en silencio. Porque según él, el agua flota y transita en silencio impasible justo como las estrellas en el cielo. Y justo así lo dijo.

A veces no entiendo las metáforas que intenta explicarme con tanto afán. Pero aun así me rio y le revuelvo el cabello, mintiéndole al decirle que comprendo con tal de verlo sonreír. Supongo que lo mires por donde lo mires Kagami es muy inusual. Tan inusual como un tigre oculto entre la maleza, que no sabes cómo llegó, pero sí que está ahí y que es jodidamente impredecible.

Justo así es Kagami. Podría decirme idiota y retarme a un uno contra uno y al día siguiente suplicarme en silencio, que tome su mano mientras pasamos por un parque con pequeños perros que transitan libres. Y debo decir, que amo todos y cada uno de esos aspectos.

La mente de Kagami es esporádica, contradictoria, temperamental, irremediable y muy increíble. Y aunque es mucho más chico que yo, casi once años para ser precisos, me resulta no solo el hombre, sino el ser más alucinante que he conocido en mis treinta y dos malditos años de vida.

Kagami me cambia, me enloquece, me altera, me conmueve, me hace soñar y me emociona con solo sonreír. Me encanta Kagami. Me fascina Kagami. Inclusive creo que...amo a Kagami.

Sencillamente quiero lo quiero y necesito para siempre a mi lado.

Una propuesta bastante intensa para alguien de su edad, pero que a mí me resulta tentadora y abismal. Y es que, ¿Cómo le digo a un mocoso de veintiún años qué estoy loco por él? ¿Qué se supone que dicen los tipos de mi edad? ¿Cásate conmigo? ¿Así se supone que amarramos a las personas que queremos? No sé si funcionaría, no sólo por lo joven que es. Sino porque el alma de Kagami es indomable, tan lejana y a la vez tan cálida y asfixiante.

Tigre de Bengala (AoKaga)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora