Celular.

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Son casi la una de la madrugada, estoy hace más de treinta minutos esperando a uno de mis amigos que llegue a recogerme para ir a una fiesta. Hace mucho rato que estoy cambiado y arreglado solo para poder salir, pero como acostumbra, siempre se demora mucho más de lo que debería. 

Lo llamo a su teléfono celular una y otra vez sin respuesta. Le dejo varios mensajes y no es capaz de al menos verlos. Seguramente se quedó drogándose o tomando vodka de la botella para ir ya alcoholizado a la fiesta. 

Una y veinte de la madrugada, escucho la bocina de su coche fuera de mi casa. Por fin. Salgo, me subo al auto, y lo insulto un poco por llegar tan tarde y ni siquiera avisarme, a la vez que nos vamos rumbo a nuestro destino de esa noche. 

Verifico que mi celular esté en mi bolsillo, todo correcto. Llaves, dinero, también conmigo, no hay problema con eso. Llegamos, ya había comenzado hace bastante tiempo, pero no se había puesto en su máximo esplendor. Casi en la entrada, veo a Brenda, una chica que conocí hace poco tiempo en mi universidad, y por fortuna logré hablar bastante con ella, cosa que no creía posible. Es de esas chicas que uno mismo dice "aquí no tengo oportunidad alguna", y no estoy muy seguro de por qué creía eso en realidad, no era la más popular, ni la más hermosa, pero tenía algo que me cautivaba profundamente, y me hacía sentir fuera de su liga. 

Me vio al entrar, se acercó a mi, me saludó, y comenzamos a hablar como hacíamos habitualmente. Apareció el dueño del lugar, con la cara pintada de blanco en cocaína, diciendo cosas en un idioma que no detectábamos si era humano por el nivel de drogas en su sistema. Nos dio unas botellas de cerveza mientras gritaba y se quitaba la camiseta, y graznando como ave, semi desnudo, se marchó corriendo hasta una concentración de chicas en el otro extremo de la casa. Comencé a reírme junto con Brenda, para luego adentrarnos más en la fiesta y empezar a divertirnos, y tomar aquella cerveza. 

Pasó el rato, yo estaba feliz, ella se quedó conmigo, lo cual me sorprendía porque creí que se iría al poco tiempo junto con algún otro muchacho de cuerpo más fornido, pero no fue así. Gritamos, saltamos, tomamos e inhalamos cada cosa que pasó por delante nuestro.  La situación se nos iba de las manos, yo comenzaba a ver borroso, no entendía mucho, y ella estaba como yo o quizá un poco menos. 

Entre todo este asunto de sentir que el mundo me daba vueltas, lo veo a mi amigo, con el que vine a la fiesta, que olvidé mencionar, se llama Walter. Todos lo molestábamos diciendo que es un nombre de viejo... porque si lo es. Él estaba bastante mejor que nosotros, al final no se había drogado, dio una razón para ello pero no la entendí y ciertamente no me importaba. Le dije que lo vería en tal lugar a cierta hora, para que no me abandonara y se fuera sin mi, y me volteé para salir a un lugar más tranquilo junto con mi compañera de noche, pero ella se sentó junto a él. No se conocían, pero aun así ella se postró a su lado y comenzó a hablarle. Creí que iba a ser por un momento y ya, pero en cuestión de dos minutos ella comenzó a besarle. Genial, perdí a la chica de un segundo a otro.

Esa estupidez me había puesto bastante mal, así que salí al patio trasero donde había menos ruido, y para cuando me di cuenta, había caído dormido gracias a mi buen y verdadero amigo, el alcohol. Y quizá la cocaína, puede ser. 

Desperté horas más tarde, la fiesta había terminado, casi todos se fueron, y otros tantos, como yo, se encontraban dispersos y dormidos por la casa. Palpé mis bolsillos para tomar mi celular y ver la hora, pero no lo tenía. Mis llaves y dinero seguían en su lugar, pero no mi teléfono. Miré a mi alrededor, quizá se había caído de mis pantalones, pero nada. O lo había perdido en algún lugar de la casa, que era muy posible porque no entendía nada, o alguien me lo había robado mientras dormía, cosa extraña ya que no tomó mi billetera. 

Entré a la casa en busca de Walter, no tenía como volver sin él, estábamos bien lejos de mi casa, y creo que por más desgracia que suerte, lo encontré, con el pene al descubierto y Brenda con medio cuerpo sobre él. Cerré los ojos, respiré profundo, y le di un golpe en la cabeza para despertarlo. 

—Imbécil, despierta, ya vamos, no sé ni que hora sea— le dije, a lo que me respondió de una forma apenas comprensible —Solo dame diez minutos y... y....— sin terminar la frase volvió a caer dormido.

Tomé su celular para llamar al mio, la casa estaba en silencio por lo que si seguía allí, podría encontrarlo. Marqué mi número, y esperé.

...

Luego de sonar unas tres veces y no oírlo cerca, alguien contestó. Solo lograba escuchar una respiración extraña y perturbadora desde el otro lado.

—¿Hola? soy el dueño del celular, ¿puedo saber quien habla?— dije esperando una respuesta. 

Quien sea que estaba del otro lado, comenzó a reírse. Más y más fuerte, de una manera que no puedo describir. No paraba, era sumamente extraña, no podía definir si se trataba de un hombre, una mujer... o al menos si era humano. Sonaba como un animal, como una hiena riendo mientras la apuñalaban y vomitaba sus propios pedazos.

Volví a golpear a Walter y puse la llamada en altavoz para que escuche, se sentó en un segundo del susto que le provocó aquella risa, y el alcohol se le fue del sistema del miedo que le generaba, al igual que a mi. 

—Hey, esto no es gracioso, ¿quien habla?— dijo él, tomando el celular, mostrándose incluso más enojado de lo que podía estar yo. 

La cosa empeoró, ya que se comenzaron a escuchar diversas risas, una más extraña que la otra. Las risas se convirtieron en gritos, unos gritos desgarradores, enserio estaban asesinando a alguien, esos gritos no pueden fingirse, y mucho menos con la tonalidad en la que se oían, como ya dije, no parecían humanos. 

Ambos estábamos bastante aterrados. Colgamos el teléfono. No queríamos ni podíamos seguir oyendo eso. Era demasiado para nosotros, más en nuestro estado no tan sobrios. Acordamos ir a la policía en la tarde para dar aviso del robo y contar lo que habíamos escuchado. Brenda se despertó, bostezó, y abrazó a Walter, quien seguía bastante conmocionado como para darle atención. Un rato después, cuando ella por fin pudo ponerse de pie, le pidió a Walter si podía llevarla también hasta su casa, cosa que claramente aceptó. 

Salimos de allí y nos subimos al coche rumbo a casa de ella. A medio camino, mientras se pasaba las manos por el rostro para despertarse, me dijo:

—Hey, tonto, toma.

En la noche mientras estaba tan drogado, le di mi teléfono para que me lo cuide y lo olvidé. Ella había tenido mi celular en su bolsillo todo el tiempo. 

El libro del horror de BásperDonde viven las historias. Descúbrelo ahora