La silla eléctrica

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Ese año fue bueno en casi todo, sobre todo por el comienzo de redes sociales en internet. Había salido de una escuela primaria privada, mi familia tiene un ingreso estable que me permitió el privilegio de estudiar en una buena escuela, pero todo lo bueno tiene algo malo. Hoy soy un chico delgado y alto, pero en esos años era gordo, muy gordo; y no faltó nadie para recordármelo, fue un infierno sin exagerar, "Fat Bugg" era mi apodo y lo odiaba con todo mi ser, más que a las putas piñas. Esas burlas me dejaron algo inseguro y entrar a una secundaria pública y enorme era terrorífico para mí.

Recuerdo que mamá me decía que hiciera amigos, que tratara de sonreír cada que viera un adulto para mostrar respeto y educación. Yo estaba ocupado temblando y temiendo por mi vida.

—¿Llevas tú mapa de la escuela?
—Sí, aquí viene.
—Si te pierdes o algo y no entiendes el mapa pregúntale a alguien, quien sea.
—Claro.
Ni loco haría eso, no soy alguien que le guste ser muy sociable, menos a los doce, mis inseguridades eran más grandes que mis ganas de hacer amigos.

Mamá me dejó cerca de la entrada, me dio un beso y un pulgar arriba y se fue. La secundaria suena a un cambio drástico a los doce y para mí fue reconfortante ver a decenas de chicos de mi edad estar igual. Los de octavo y noveno ya estaban en clases, otros no entraron y estaban en la entrada charlando, sólo miré de reojo y seguí mi camino.

No fue difícil llegar a mi clase, era geografía, lo recuerdo perfectamente. Me senté en un lugar algo cerca de la puerta, no quería caminar más y que los ojos de los demás me siguieran. Me coloqué en mi asiento y noté que todos siguieron el mismo patrón que yo. Pero sentía una mirada cerca, diablos, la sentía tan cerca y tangible que me daba pánico, sentía que me estaban juzgando y alguien de ahí se quería reír de mí. No quise mirar, intenté no tomarlo a pecho. La clase empezó de la manera más normal; el maestro nos daba la bienvenida y nos explicaba cómo era el asunto.

Volví a sentir un par de veces que alguien me miraba pero al voltear nadie lo hacía, me sentía como un idiota después de notar que estaba en mi mente. Pero al terminar esa clase, cuando todos ya estábamos por irnos a otra aula alguien entró. Era como un ñoño hecho hombre.

—Buenos días, chicos, soy Vincent, su ascensor escolar y les doy la bienvenida a Gracemont. En este colegio nos encanta más que cualquier otra cosa la unidad grupal y el apoyo en equipo, necesitaremos que nos ayuden mucho a tener la mejor de las convivencias desde hoy, pues estarán juntos un buen tiempo y tenemos una tolerancia limitada a conflictos dentro de clases. Es simple, sólo deben ser amables y la gente lo será. ¿Ok? —le respondimos al unísono.

Entré a esa escuela no solo por su prestigio a pesar de ser escuela pública, sino porque no hay registros de bullys ni matones, pues la escuela es estricta con eso, me alivió demasiado saber que eso aún podía existir ya que en mi primaria el acoso escolar era de lunes a viernes, sábado y domingo era imposible porque no había clases esos días pero apuesto a que sí se pudiera lo aprovecharían.

—Bueno, estoy aquí para hacer lo que más le tienen miedo, y lo entiendo pero supongo que así todos vamos rompieron el hielo. ¿Qué les parece si nos presentamos, y decimos que nos gusta? Bien, a ver, tú, la chica de cabello corto, ¿cuál es tu nombre?

—Me llamo Dayanara, pero me dicen Daya.
—¡Hola, Daya! Es un gusto tenerte en Gracemont, dime ¿qué te gusta?
—Me gustan los juegos de mesa y las paleta de hielo sabor a chicle.
—Excelente, Daya, ahora vas tú, amigo del gorro.
—Hola, soy Brad, y me gusta el skate.

Y así, cada uno fue presentándose, hasta que fue mi turno.

—Soy Kyle y me gusta pintar.
Mi tono de voz fue tan baja que el Sr Vincent me ayudó mucho, muchísimo a no morir de la vergüenza.
—Kyle, necesito que hables más fuerte para que todos te escuchemos ¿puedes?
—Soy Kyle Bugg, me gusta pintar —dije algo fuerte que me sentí como el megáfono más ruidoso del mundo.
Cuando estaba por sentarme sentí la misma sensación de que alguien me miraba, muy aparte de mi presentación pues ya había terminado y todos volvían a lo suyo, una chica de cabello trenzado con un moño amarillo me veía atenta, se notaba contenta y me ruborizó instantáneamente. Todas las veces que tuve contacto con una niña había sido para decirme que era gordo, o que le daba asco o para pedirme un favor estúpido. Ese momento fue escandaloso, jamás había tenido un momento igual y fue muy extraño.

De mis sueños a soñar soñarte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora