El día que estalló la guerra del Usurpador, Ser Barristan Selmy cogió a las niñas Targaryen, Rhaenys, de dos años de edad y Visenya, que tenía apenas 15 días, y las subió a un barco rumbo a las ciudades libres, a petición de su madre Elia Martell. Allí habían crecido felices y protegidas por el hombre que juró mantenerlas a salvo.
Pero ya no eran niñas, Visenya y Rhaenys habían crecido y se habían convertido en las princesas que un día se esperó que fueran. Y ahora que una guerra civil estaba a punto de estallar entre los Lannister y los Stark, había llegado la hora de partir a Poniente, el lugar que las había visto nacer.
El viaje había sido, cuanto menos, agotador. Sus dragones sobrevolaban el blanco norte y a pesar del frío descomunal, por Visenya y sus dragones corría el fuego, por lo que su cuerpo siempre estaba caliente.
Su hermana Rhaenys había partido hacía meses con todo el ejército, y había dejado a los dothrakis en Rocadragón mientras era acompañada al Norte por 200 hombres.
Elion gruñó en el frío cielo al divisar el campamento de Rhaenys y el castillo de Invernalia. Bajo ellos, los norteños se estremecían y rezaban, pidiendo a los Dioses piedad, temiendo ser devorados por esos monstruos con alas. El dragón aterrizó con cuidado en el frío suelo, y Visenya bajó de su enorme lomo.
Sabía lo que le esperaba, una gran bronca. Su hermana la miraba enfadada, negando con la cabeza, pero lo que de verdad le dio miedo fue la mirada de Ser Barristan nada más salir de la tienda.
-¡Visenya de la Tormenta!- gritó, avanzando hacia ella a grandes pasos. -¡Es la última vez que me desobedeces!
Así era Barristan el Bravo, solo el sería capaz de gritarle a una princesa frente a todo un pueblo, y sobretodo, frente a tres enormes dragones escupe fuego que no dudarían ni un segundo en arrancarle la cabeza.
Visenya uso esa cálida sonrisa que la caracterizaba, y el semblante de Ser Barristan se suavizó.
-Estaba preocupado.
-Lo sé, Barristan, lo preocupante sería si un día no lo estuvieses.- Rió la princesa dragón. Ser Barristan era su figura paterna, y posiblemente fuera la persona que más quería en el mundo. Y el amor era mutuo.Acompañada del caballero, caminó hacia su hermana. -Tenemos que hablar.- Dijo la mayor.