Pasó desapercibida por los pasillos de Invernalia. A diferencia de sus hermanos, Visenya tenía una tez blanca y un precioso pelo de color oscuro. Si no fueran por sus brillantes ojos violetas, nadie pensaría que fuera de la sangre del Dragón. Vio a lo lejos a Ser Barristan, que charlaba con la que debía de ser su madre. A pocos metros había unos chicos entrenando con el maestro de armas de Invernalia. Visenya estaba segura de que podría vencerlos a todos. Arriba, en los balcones del frío castillo se encontraban algunos de los Lords del Norte, bebiendo todo el vino de sus copas. Murmurraban y reían por lo bajo. Y Visenya sabía perfectamente de que se reían. Luego de la increíble humillación que Elia había recibido hace años por parte del que alguna vez fue su marido, Rhaegar Targaryen la obligó a partir al norte y a vivir en el mismo castillo que su nueva mujer. Elia Martell había sido el objeto de burlas de todo el reino, desde luego siempre a sus espaldas.
Robb.
Podía escuchar como Lord Karstark se ría una vez más de Lady Elia, y antes de poder reprimirle, una flecha se quedó clavada a milimetros de donde él estaba apoyado. Su mirada, enfadada, se dirigió hacia donde la mia no tardó mucho.
Se sacó la capucha y dejó ver su pelo oscuro y sus ojos violetas. Era esbelta y agraciada y supe en el exacto momento quien era. Sonrió ante los gritos de los grandes lores del norte. Los ignoró y se dirigió a donde Elia Martell y Ser Barristan Selmy se encontraban, pasando por mi lado sin siquiera mirarme. Hizo una reverencia ante su madre y los lores del norte volvieron a reír, siendo callados por la amenazante mirada de Barristán el Bravo.
-No te preocupes, madre. Antes de que acabe la noche, incarán su rodilla ante ti.