Su beso fue tan cálido, así como cuando tomas una cobija en pleno frio, fue satisfactorio como cuando tienes tanta hambre y encuentras un último bocadillo en el refrigerador.
Tan dulce, sencillo, fue lo mejor.
Yo estaba perdiendo la noción del tiempo, quería continuar teniéndolo cerca de mí, pero las cosas no estaban bien.
No me importaba nada de lo que había pasado antes, pero sabía que era algo imposible.
Era un juego. Yo era su juego.
Me aparté y lo miré.
- ¿Por qué lo haces? – pregunté aún mirándolo.
- ¿No te gusta? – respondió.
No respondí y me beso de nuevo.
Sus labios sobre los míos me daban seguridad.
Me tomó por la cintura y me atrajo hacia él. Yo mientras tanto pasé mi mano por detrás de su cuello y lo acaricié.
Después solo nos quedamos entrelazados sin decir una palabra. El olor único que emanaba de él me hacía volar a otros mundos. Su cuerpo y el mío juntos compartían calores, yo podía escuchar su respiración tan cerca de mí y el eco de los latidos de mi corazón.
Parecía tan perdida en ese momento.
-Chicos, debemos irnos está por cambiar la hora, ya perdimos una clase. – era Abraham quien hablaba, junto a él estaba Cecilia.
-Es cierto, vámonos. – respondió Alec, sin apartarse de mí.
Abraham y Cecilia se dieron un abrazo y después se despidieron de beso.
Alec y yo nos miramos y después los miramos. Ellos sonrieron.
Alec se levantó y yo detrás de él.
-Nos veremos luego. – dijo Alec y me abrazó. Hice un gesto de alegría y lo abracé.
Alec y Abraham bajaron por todo el camino de las bancas que los conducía directo a su salón.
Cecilia y yo nos volteamos a ver mientras ellos se alejaban y cuando ya estaban lo suficientemente lejos, comenzamos a reír.
A pesar de todos mis pensamientos y saber que iba por el camino incorrecto, ese día había sido el mejor de mi vida. Y el mejor beso que jamás había dado.