Kastalia

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Observó el retrato de su difunta esposa y sonrió. Le agradaba conversar con ella cuando se encontraba a solas. Desde que había fallecido, solía hacerlo por las noches, después de acostar a su pequeño. Habiendo quedado viudo a una edad temprana, el tener que criar y educar a su hijo de cinco años no había sido una tarea fácil para un padre que además trabajaba en el hospital de Magnolia. Había tenido una ligera suerte en su nefasta situación puesto que, al tener edad de estar escolarizado, ya no lo requería las veinticuatro horas del día. No obstante, trabajar en un horario de hospital público, cumpliendo con las guardias que se prolongaban durante la noche y madrugada, sí había resultado una incompatibilidad con la ocupación de ejercer como padre. Por dicha razón, Silver había elegido tomarse una excedencia voluntaria durante un tiempo y abrir un pequeño centro en el local que estaba en alquiler debajo mismo del bloque de pisos en el que vivía con su pequeño.

Lo que había considerado como algo temporal se había establecido como indefinido en su vida, ya que el tan pequeño y silencioso introvertido hijo había alcanzado la mayoría de edad y en la actualidad asistía a la Universidad Central de Magnolia iniciando su primer año, manteniendo todavía su centro abierto. Cualquiera de sus antiguos compañeros del hospital, si aun ahora mantuviera relación con ellos, calificarían como absurdo que hubiera renegado de la plaza pública que tanto costaba de obtener, pero Silver se había dado cuenta que su centro lo dotaba no sólo de mayor flexibilidad laboral, sino de libertad para impartir otro tipo de terapias que probablemente le comportarían problemas de hacerlo en una institucion sufragada con fondos públicos.

Y además, de ese modo se encontraba en contacto con diversas asociaciones que pudieran requerir de sus servicios. Con ellas colaboraba sin retribución alguna, para casos de extrema gravedad de individuos que no podían permitirse el pago de una terapia.

—Buenas tardes, Silver-sama —sonrió la joven estudiante de psicología que ya lo estaba esperando en la puerta del centro.

—Juvia, ¿llevabas mucho tiempo esperando?

—Juvia acaba de llegar —ladeó su cabeza con todavía la sonrisa dibujada en sus labios.

— ¿Te dio tiempo de almorzar? —la vio asentir y enarcó una ceja— ¿Seguro? No quiero que vuelvas a mentirme en esto, Juvia. Después de todo, apenas te pago por tu pasantía. Si no te da tiempo a comer después de tus clases en la universidad por la mañana—

—Silver-sama no tiene por qué preocuparse —sonrió—. Juvia almorzó en el campus universitario, y Silver-sama no debería angustiarse por la ausencia de nónima de Juvia. Después de todo, Juvia está en primero de carrera todavía. Lo que Juvia necesita es todo conocimiento práctico que pueda absorber de la mano de Silver-sama.

La joven le resultaba refrescante al psicólogo.

Juvia había solicitado asistir a sus sesiones tres tardes a la semana, después de finalizar sus clases en la universidad. La muchacha de larga cabellera azulada le había suplicado poder aprender la parte práctica de la carrera que estaba estudiando en la actualidad y Silver había terminado ofreciéndole una pequeña contraprestación que cubriera, al menos, su transporte debido a que sentía culpable.

Desearía que su hijo le tuviera en tan alta estima profesional como aquella joven.

— ¿Silver-sama está pensando en su hijo Gray?

— ¿Cómo lo sabes? —preguntó con una sonrisa repleta de coquetería.

—Porque siempre que Silver-sama piensa en Gray frunce el ceño y suspira de ese modo —la mano de la joven le dio diversas palmadas en el hombro—. Silver-sama es un buen padre. Juvia está segura de que Gray también lo sabe.

CrisálidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora