Capítulo I: Ana

69 5 2
                                    

14 de Febrero:

Adoro este día. El día de los enamorados. Me desperté desbordando felicidad y me di una ducha relajante para empezar bien el día. Sequé mi pelo con tirabuzones, pero el fleco lo dejé liso. Elegí para hoy un vestido colorido, con unas medias y unos botines con algo de tacón. Me abrigué con una gabardina beige y cogí mi bolso. Añadí algo de color a mis ojos y brillo a mis labios, por último, me eché perfume de vainilla, a todos les encanta. Me propuse para hoy enamorar a mi enigmático amor platónico. Fui a desayunar a mi cafetería favorita, y por ser San Valentín, me di el lujo de un chocolate blanco con aroma de frutas del bosque, y un trocito de tarta de chocolate negro. Suerte que era domingo, y podía pasearme por la ciudad todo el día. Pagé el delicioso desayuno, y fui al parque, a sentarme en las gradas como todos los días. La mañana pasó rápido, ya iba por la mitad del libro y aún no había aparecido, ¿dónde estará? Y por fin lo vi, estaba guapísimo, como siempre, se paró y me miró; le dediqué una sonrisa, e inmediatamente "seguí leyendo". Se sentó donde siempre, al lado de las escaleras y se puso los cascos. Le miré un par de veces, y al fin me decidí: cerré el libro, me puse en pie, y caminé hacia él. Cuanto más cerca estaba, más nerviosa me ponía. Ya casi a su lado, di un traspié y me caí al suelo, me estaba mirando. Me levante y lo pasé de largo. Estaba muerta de vergüenza y toda ruborizada. Bajé las escaleras casi llorando y al paso más rápido que mis pies me permitían. Estaba tan absorta en mis pensamientos, que no me enteré de que alguien me llamaba:

-¡Perdona! -Dijo el chico corriendo hacia mí, me giré y seguí mi camino -¡Espera! -Me paré y lo miré secándome las lagrimas antes de que llegara -Creo que se te cayó esto cuando te tropezastes -me dio mi libro, ni me había dado cuenta de que se me había caído.

-Gracias -mi voz sonaba entrecortada, espero que no se de cuenta.

-¿Estás bien? -preguntó acercándose a mi.

-Si, si, no es nada. -dije secándome las lágrimas.

-No deberías correr con eso, no es el zapato más adecuado -me dijo sonriendo. -Venga, para de llorar que se te corre el maquillaje. -me secó las lágrimas. El contacto de su mano en mi cachete mandó un escalofrío a todo mi cuerpo, haciendo que mis rodillas tambalearan. -¿Quieres ir a tomar algo, a ver si alegras un poco?

-Vale... -le sonreí tímidamente.

-Por cierto, soy Carlos.

-Ana -Pestañeé.

-Encantado -Guiñó un ojo. Me agarró la mano y empezamos a caminar pero inmediatamente me caí al suelo. El tobillo me dolía horrores. -Ana, ¿qué te pasa? -me preguntó mientras me ayudaba a levantarme.

-Mi tobillo... Me duele mucho...

-A ver... -Se arrodilló enfrente mío y me quitó el zapato para verme el tobillo -No está hinchado, pero vamos a sentarnos en el banco hasta que se te pase -Me sonrió -¿Te llevo?

-Vale -le sonreí.

Pensé que cuando me dijo de llevarme, se refería a la pela, pero me recogió como unos recién casados, y nos sentamos en el banco. El resto del día lo pasamos hablando y cuando me dejó de doler el tobillo -mejor dicho, me acordé de que antes me dolía- ya era tarde, nos despedimos y me fui a mi casa. Saludé mi madre y me metí directamente en mi cuarto, cayendo sobre la cama. Carlos era tan... Justo como me lo había imaginado, bueno, tal vez un poco más irónico, pero seguía siendo un cielo. Me di una ducha y me acosté. Cogí el móvil para enviarle un mensaje a Carlos, cuando caí en la cuenta de que no me dio, ¡y tampoco yo se lo pedí! No me lo podía creer, ¡cómo podía haber sido tan boba! Tenía que acordarme de pedírselo la próxima vez que lo viera... ¿Y si no me quería saber nada de mi? Bueno, al menos tenía este día, el mejor San Valentín de mi vida, un día perfecto, mi pequeño secreto, ya que no pensaba compartirlo. Cuando estaba a punto de caer en brazos de Morfeo, alguien tocó tímidamente la puerta.

-¡Adelante!

-¿Qué tal hoy? Estuvistes todo el día fuera, cuando desperté no estabas y llegaste tan tarde... -dijo mi madre sentándose en la cama.

-Estuve en el parque, como siempre, leyendo.

-Vale -respondió poco convencida -Buenas noches pequeña.

-Buenas noches mamá -apagó la luz y se fue.

Al cerrar los ojos, me empecé a quedar dormida, mientras soñaba con mi príncipe, Carlos.

Distintas perspectivasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora