Amandio y Albertina, toda una vida (pág. 24-26)

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Amandio Gago Rodrigues nació el 20 de enero de 1934 en San Bras de Alportel, Algarve y llegó a nuestro país el 30 de mayo de 1951, gracias a una decisión paterna de venta de unas tierras en su ciudad de origen y posterior traslado a éstos puertos. Como a muchos inmigrantes la Argentina le permitió iniciar sus estudios superiores en la facultad de ingeniería, aunque su primer oficio, la mecánica, le insumía mucho tiempo y le fue imposible continuarlos. Sería éste, junto a la adquisición de colectivos y algún otro de menor importancia lo que definiría el sustento de Amandio y su familia.

A mi parecer no es esto lo que lo define en esencia (mas allá de los datos precisos de éste primer párrafo) ni su ocupación, ni su paso por la facultad, aunque sí lo es su ligazón al Club Portugués de la Ciudad de Buenos Aires, al que se unió ni bien llegado a nuestro país y en el que arduamente ejerce un trabajo de voluntariado hasta el día de la fecha, y a sus setenta y ocho años.

Amandio es algo poeta, un amateur de la mandolina, y un gran memorioso al tratarse de letras de fados y canciones folclóricas. También es, junto a otros y otras de una edad ya avanzada, pero de gran fuerza de voluntad, miembro de una comunidad que ha sido contra viento y marea, aquella que lleva adelante el Club portugués. Es de los que no faltan a una reunión de comisión directiva los jueves y de los que sostienen escaleras para colgar una cortina que va a dejar más presentable el salón un día de fiesta. También es de aquellos que no se pierden una fiesta de la comunidad, que todos los domingos en que éstas se llevan a cabo no importa lo que haya que manejar hasta llegar a destino, actividad que puede llegar a suspender no por algún achaque, sino para cuidar nietos únicamente.

Pero si hablamos de Amandio, no podemos dejar de nombrarla a ella, su esposa, María Albertina Viegas Costa, también oriunda de San Bras, llegada a la Argentina en 1952, y bautizada en esa ciudad algarvia, como recordaría mi interlocutor "en la misma pila bautismal".

Se conocieron en el Club, en el conjunto, ni bien llegaron casi con un año de diferencia. Tardaron un par de años en ponerse de novios, pero tras casi nueve años de noviazgo se casaron en 1964.

De esta unión nacieron dos hijos. Marcelo, ginecólogo y obstetra, nacido el 16 de abril de 1966, que, anecdóticamente fue hecho socio del club ese mismo día en el que Paixao, un miembro de la Comisión Directiva lo anunciara en reunión y allí mismo se le armara la ficha. Posteriormente el 13 de julio de 1970 nació su segunda hija, Arlette.

Tanto Amandio como Albertina (de quien su esposo cuenta ejerció muchos años como profesora de taquigrafía) aproximadamente desde los setentas en adelante ocuparon cargos diversos en la comisión directiva, tanto que a fines de esa década Amandio se desempeñó como Secretario General, y muy posteriormente entre julio de 2000 y septiembre de 2002, María Albertina ocupó la presidencia de la institución, además de un interinato entre enero y diciembre de 2004.

Esta charla, un poco histórica pero más que nada un poco anecdótica, nos llevó a recordar algunas personas memorables dentro de la comunidad, así como a Juan José Da Silva, que tuvo la primer audición de la comunidad portuguesa con "Hora da Saudade" desde 1939 hasta 1960 aproximadamente cuya consigna o frase era "Portugal, a beira mar plantado, sortilegio da naturaleza".

También surgió el recuerdo de una directora musical maravillosa del conjunto Alegrías Portuguesas, rancho folclórico de la institución, dueña de un virtuosísimo oído, la señora Pirucha Laner, que se desempeñó entre el año 1953 y fines de la década del setenta, que se llevó en su corazón la melodía del himno del club escrita por el mismísimo Fernando Farinha. Cuentan que Manuel Taveira, un cantante de mucho renombre de esa época, tuvo un percance con las partituras que correspondían a la función de esa noche y Pirucha le salvó la actuación pidiendo que le tarareara el repertorio antes de la misma.

Otros recuerdos hacen a la historia de la inmigración en general, refieren a que en el período comprendido entre 1895 y 1930 se caracterizó por la llegada de hombres solos que trabajaban los campos, siguiendo la ruta hacia el sur de nuestro país. Siendo un motivo de ida y vuelta cada tres o cuatro años el haber dejado a sus mujeres e hijos en la madre patria. Fue el caso de José Correia Gago, abuelo de Amandio. También como anecdótico en esta charla me enteré que en una época, más que nada de los años treinta a los cincuenta se registraron en Comodoro Rivadavia diecisiete mil personas de San Bras de Alportel, que eran más de los que habían en el propio pueblo allá en Portugal. O que llegando a la década del sesenta, si te perdías en Isidro Casanova, era mejor que estuvieras a tiro con el portugués.

Creo que lo más admirable de los protagonistas principales de ésta historia es ese sentir de pertenencia y trabajo en comunidad que no se apaga con los años, sino que pareciera estar intacto, más vivo que nunca. Desde la asistencia a una reunión, desde pelar papas o asar lechón para Abril en Portugal, o preparar bifanas y caldo verde para la fiesta de Santos Populares, concurriendo a la sede social durante los días previos a esos eventos, por largas horas, con muchas arrugas y achaques encima, pero con un corazón que todavía tiene veinte años. Con un alma saudosa que está en el mismo estado laborioso y pujante que cuando descendió de esos barcos.

Karen Cogliandro

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