Una energía electrizante recorría todo mi cuerpo. Oleadas de placer sentía desde los pies hasta mi cabeza. No recuerdo haber sentido una mejor sensación que aquella en mis 21 años de vida. No sabía por qué. Solo sabía que no quería que acabara nunca.
Sofía paro el beso y se soltó de entre mis brazos. Me vio directamente a los ojos y dando media vuelta se dirigió hacia las escaleras y se fue. Yo me quede inmóvil. Mi mente estaba completamente en blanco. No sabía qué hacer. No sabía que pensar. Escuche cuando cerró la puerta.
Me dirigí hacia uno de los sillones de la sala. Me senté recargando mi cabeza en el respaldo y colocando mis manos a los costados. Me sentía un muñeco de trapo. No me movía. No pensaba. Estaba completamente en blanco. En el limbo.
Entonces reaccione. ¿Qué había pasado?
Ahora lo entendía todo. Nunca, jamás, me había sentido bien estando con alguna chica por que la persona a quien yo quería y aunque quisiera negarlo era a Sofía. Aquel beso me lo había confirmado. Todo este tiempo muy en mis adentros había deseado que este maravilloso día llegara. ¿Qué aria? No lo sé. Solo pensaba en ir arriba y abrazarla, abrazarla muy fuerte y decirle que la quería.
Me encamine a las escaleras y subí en dirección hacia su cuarto. Entre a su recamara pero no había nadie. Salí y me fui al cuarto de Alexander. Efectivamente ahí estaban dos de las personas que yo más amaba en esta vida. Sofía estaba acostada junto a su sobrino y lo abrazaba. Ella aún estaba vestida. Yo me recosté a su lado y la abrase por la espalda pasándole un brazo sobre su cuerpo alcanzando a rodear también a Alexander. En aquel abrazo estaba encerrando a todo mi mundo. Me sentía completo. Me sentía feliz. Me sentía enamorado.
Me sentía tan cómodo abrazando aquellas personitas a pesar de que la cama de Alexander aún era infantil y me colgaban los pies que me quede dormido. Soñando con ese mágico beso que me hizo comprender a quien amaba. Quien sería mi destino y con quien quería pasar el resto de mi vida.
