Cuando todo se acaba

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Aidan se halló vacío, con un vacío inexplicable, y aquella sensación perturbadora de estar por completo perdido en compañía, solo que no de la compañía que necesitaba. Tal vez, le haría mucho bien, el desprenderse de lo material e irse a la india, el Tíbet, meditar sobre el universo, el karma y todo lo referente al viaje de las almas. Cualquier cosa que le ayudase a comprender y por fin, vencer el amargo vacío presente en su vida. Pero, no podía mandar todo a la goma y vivir del aire, no él. No era ese tipo de hombre. Era todo lo contrario, un hombre de negocios arriesgado, ostentoso y con suerte, además tenía sueños de independencia en cuanto a la profesión que ejercía. No importaba lo que tenía, así como tampoco si sentía que en realidad no tenía nada, más que bienes materiales, vivía en una departamento lujoso y grande, con espacio suficiente para que viviera una familia grande, aun así y en vísperas de sus treinta años, no sentía que hubiera algo fuerte en su mundo que lo obligara a asirse en él.

Miró a su lado izquierdo en la cama y allí se encontraba ella, una mujer hermosa, de físico esbelto, delgada y bien proporcionada, como siempre le habían gustado, con los cabellos dorados bañados por los rayos del sol que se vislumbraban y traspasaban los amplios ventanales de su habitación. La misma habitación que durante siete años compartía con ella, en donde tantas veces le había hecho el amor o al menos eso había pensado.

Era ella quien durante esos años había estado junto a él en las buenas y en las malas, "la legal", la que todos le conocían como su pareja y con la que aquellos que le conocían e inclusive su familia ha esperado verlo casado y con hijos, pero por algún motivo desconocido por ellos y oculto por él no había sucedido aún.

¿Por qué? Se había preguntado una y otra vez y siempre quedaba sin respuesta.

Estaban juntos, pero eso no era suficiente, era fácil que él mirara a otras mujeres, que se perdiera en otros cuerpos, había sido infiel tantas veces que no le veía sentido, aun así, se afanaba en lograr que ella nunca lo descubriese, el sólo hecho de pensarla herida y lastimada por su causa le atormentaba. El sentimiento de culpa es más fuerte cuando se es consciente del daño que provocas.

Los fines de semana para engañar a su cerebro, que cada vez le decía con más fuerza, que era hora de despertar del sueño banal de tenerlo todo en el ámbito material, sin importar los verdaderos sentimientos, se había empeñado en coparlos con uno de sus sueños frustrados «el Béisbol», ese sábado, como cada sábado se reuniría con sus amigos de infancia, aquellos que permanecieron cerca con el paso de los años y los que habían logrado una estabilidad económica, social y amorosa en sus vidas, algunos con hijos y otros que como él se habían decantado por una vida de amores de paso, viajes en moto y tours de aventura.

Rememoró tumbado en la cama con un brazo de apoyo bajo su cabeza como les había envidiado, porque sus vidas parecían más completas que la suya, aun cuando siempre se decía a sí mismo que prefería seguir siendo tío, los niños le encantaban, más no se sentía tan preparado como lo debía de estar un hombre que llegaba a los treinta años, para tener los suyos propios.

El cuerpo a su lado se movió entre dormida y despierta, recostándose perezosa en su regazo. Ella hizo un pequeño ronroneo como el de un gatito buscando cariño en brazos de su dueño.

—¿Pago por tus pensamientos? —masculló ella con una sonrisa.

Aidan, respiró profundo y lento.

—Bobita, malgastarías dinero en vano... —dijo mientras se movía con suavidad y colocaba una almohada bajo la cabeza de su mujer.

—¿A dónde vas? —ella le preguntó con un suspiro.

A diez millas de tu corazón ¡COMPLETA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora