El Viaje

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—¡Bien, cuéntame! —Camila, se sentó en la cama. Preparada para el interrogatorio dirigido a su hermana.

Celeste pudo leer todas las preguntas sin realizar, escritas en el rostro de su hermana.

—No tengo nada que contar —dijo ella dejando caer sus hombros.

—No te hagas la tonta, Celeste —su hermana la acuchilló con la mirada.

—No puedo hacerme lo que no soy, Camila —le respondió con indiferencia.

—¡Ah! Que bien, entonces la próxima vez que vea al Doctor Pratt, le preguntaré directamente... ¿Qué es lo que hay entre él y mi amada hermana?

Celeste, abrió los ojos impresionada por la amenaza hecha por su hermana.

—No. Tu no, harás semejante locura —le advirtió.

—Tiéntame. Aún no conoces mi capacidad de alcance —ella se burló.

—¿Cómo sabes, que es Doctor?

—¿Se te olvida, que soy enfermera? —Camila, se bufó.

—¡Rayos! No sé cómo se me pasan este tipo de cosas.

—Tranquis, hermana. Esa es la costumbre. En esta ciudad, todos nos conocemos y en el mundo de la medicina, más aún —Camila se sintió triunfante—. Es uno de esos doctores, ardientes. Que suben la temperatura a más de una.

—Él, es solo un buen amigo. Cuando lo conocí, todas las muchachas estaban que alucinaban con él, yo solo lo conocí sin esperar hacerlo —Celeste pensó que, de ese modo, su hermana quedaría satisfecha.

No fue así.

—Y... ¿Fueron novios? —Celeste, negó con la cabeza en señal de frustración, sus hermanas eran como un cazador, cuando visualizaban la presa, no dejaban de acecharla hasta que obtenían su buen pedazo o la pieza entera.

—Si —confirmó al fin. Sabía que era el mismo que una vez ella corriera, pero no entendía porqué quería saber más detalles.

—¿Cómo coño, fue que lo dejaste ir? Admito que de no haber sido así, no existiera mi sobrina..., pero no logro entender, como no te enamoraste de ese papacito.

—No lo quise, nunca... —Celeste, resopló sentándose en el banco de la peinadora—. Él era, perfecto. Camila, podía sentirme querida y segura con él, me ayudó a no dejar de creer en el amor sincero, ¿sabes? El que se entrega con todo, sin inhibiciones, ni culpas. Por un tiempo fue la luz, al final de mi túnel.

Camila, la miraba y sintió la pena de su hermana, a través de aquellas dolidas palabras. Celeste, siempre fue ecuánime y dura, tan hermética, ella siempre supo que había cosas que su hermana, prefería callar. Supo que en su momento se había enamorado. Que le habían roto el corazón, algunos días estaba triste, cabizbaja y ausente, pero nunca lloró. Si lo hizo, nunca la vio hacerlo.

Inhaló y exhaló aire, para continuar—: Se esmeró mucho, por ser la luz que me iluminara y yo hice el esfuerzo por aferrarme a él, por enamorarme de ese ser tan único, que contrastaba con su porte y su actitud distante, con el resto de las muchachas que pululaban a su alrededor, queriendo convertirse en la afortunada que se llevara su corazón y el honor de ser la «novia» de Maximiliano Pratt —Celeste sonrió.

—¡Pero no pudiste! —concluyó su hermana, sabiendo de lo que hablaba. Y sí que lo sabía.

—No —Celeste negó con la cabeza—. Hizo que me sintiera miserable, no podía entregarle lo que no tenía. Mi corazón, ya no era mío. No me pertenecía, así que..., me marché. Él supo, siempre lo supo. Nunca lo dijo, no me reprochó y después de todo, siempre me miraba con una sonrisa, pero para mí era una tortura. Cada vez que me sentía miserable y comprimida por la gravedad, maldecía al que se había quedado con mi corazón.

A diez millas de tu corazón ¡COMPLETA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora