Miraba como las gotas de lluvia salpicaban la ventana y cuando había muchas gotitas sobre esta, empañaba el vidrio con su aliento y dibujaba lo primero que se le viniera en mente. Cada vez que el cielo se iluminaba por un rayo zigzagueante, se sobresaltaba y cuando los truenos llegaban intentaba no prestarles atención; porque era un niño valiente, y los niños valientes, según su abuela, no se asustan por cosas tan normales como lo eran los truenos y los rayos.
Aun así, volteó hacia donde su abuela estaba sentada, por si esta lo había visto, pero la señora seguía leyendo su libro sentada en una butaca ubicada en una esquina de la habitación. Jooheon apoyó su mejilla en el cristal de la ventana, sintiendo lo fría que estaba contra su piel.
Sí que estaba aburrido. Por eso odiaba los días de lluvia, porque no podía salir a jugar al jardín de su abuela, ni en ningún otro lugar de la gran casa porque como estaba lloviendo su abuela no lo escucharía si se metía en problemas. Por lo que no le quedaba de otra que quedarse en la pequeña biblioteca junto a ella, y no podía jugar porque haría ruido y la desconcentraría de su lectura. No es como si pudiese tomar un libro y sentarse junto a su abuela, porque aún estaba aprendiendo a leer. Y aunque pudiera, tampoco lo haría.
Volvió a asustarse, pero esta vez no fue por ningún rayo o trueno, fue por el sonido de algo quebrándose en la otra parte de la casa, seguido de una mujer gritando enfadada. Jooheon se sintió cohibido ante sus gritos que, aunque se escuchaban lejanos, podía entender lo que decía, y la mayoría eran malas palabras dirigidas a alguien más. Era su vecina.
La casa en la que vivía era tan grande que estaba divida exactamente en la mitad. No había ni una puerta que diese a la otra parte de la casa, los jardines estaban separados por cercas, y las entradas de cada lado de la casa daban hacia diferentes calles. Del lado izquierdo vivían Jooheon y su abuela. Y del lado derecho vivía una bruja malvada desde el punto de vista de Jooheon. Nunca la había visto, porque su abuela le había hecho prometer que nunca cruzaría la cerca que dividía los jardines. Aunque no era necesario, porque el pequeño le tenía tanto miedo a la mujer, que por nada del mundo se acercaría a sus dominios.
El lado donde ellos vivían, tenía las paredes pintadas de colores brillantes, y un jardín muy bonito. En cambio, el otro lado, estaba pintado de un azul muy pálido y triste, el jardín era un basurero y en si todo el lugar tenía un aspecto lúgubre y descuidado.
Los gritos de la mujer fueron interrumpidos por otro clamor del cielo y Jooheon no volvió a escucharla más. Paulatinamente la lluvia iba cesando y aunque aún seguía lloviznando el pequeño miro a su abuela con la intención de preguntarle si ya podía salir a jugar. Sin embargo, su adorada abuelita se había quedado dormida. Y el menor hizo un puchero porque aquello le hizo sentirse solo.
Era hijo único; su mamá había fallecido hace tres años y Jooheon ni siquiera sabía lo que eso significaba. Para él su mami vivía en el cielo y era lo que siempre decía cuando le preguntaban. Su padre trabajaba en el extranjero y venia de visita para las fechas especiales, su cumpleaños, navidad, etc.
No tenía a nadie con quien jugar, y no podía tener mascotas por su abuela era alérgica a los gatos y los perros.
Empañó la ventana de nuevo y en ella dibujó un día soleado y a si mismo junto a un cachorrito, el dibujo no era tan detallado como era de esperarse de un niño de 5 años, pero para Jooheon era perfecto. Se levantó del suelo, donde todo ese tiempo estuvo arrodillado, dispuesto a sentarse en el regazó de su abuela y dormirse junto a ella. Sin embargo, un nuevo estruendo detuvo sus pasos, no provenía del otro lado de la casa, ni del cielo, sino del ático. Se escuchó como si muchas cajas se hubiesen caído una sobre otra, y aparte del miedo que sintió también estaba la curiosidad.