Cerró los ojos con fuerza, luego de colocarse los audífonos y subirle todo el volumen a su música. No quería pensar, quería mantener su mente en blanco hasta que el autobús se detuviera. No quería preocuparse, ni pensar demasiado en lo que iba a pasar. Porque sus pensamientos lo guiaban a resultados penosos y finales trágicos.
Su corazón se sentía apretado dentro de su pecho, como si este órgano se hubiese hinchado de malos presentimientos, seguro de que todo acabaría mal.
Estaba de regreso, pero aquello lejos de hacerlo sentir bien (por al fin haberse graduado y por quedar en libertad de su terrible familia) solo lo llenaba de preocupaciones y pensamientos pesimistas. Tenía la sensación de que haber rechazado la oferta de empleo que su padre tenía para él, había sido un grave error.
El viaje en avión había sido largo, y aún faltaban dos horas en autobús hasta el distrito en el que se encontraba la vieja casa de su abuela. Ya había dormido lo suficiente en el avión, por lo que ahora sus pensamientos no lo dejaban en paz. Por mucho que tratara de distraerse mirando los arboles pasar, un pensamiento desencadenaba otro, este a otro, y así sucesivamente, hasta que estos iban a parar en una persona en particular.
Aún tenía esperanzas, una parte de él creía que todo saldría bien, que todo su esfuerzo y paciencia valdría la pena al final. Pero no quería ilusionarse, porque si caía, más le dolería. Por lo que no se permitía ser tan positivo y simplemente se centraba en tararear las letras de las canciones que escuchaba, como si de un mantra se trataran.
Tuvo que caminar unas cuadras hasta la casa de su abuela, y cuando estuvo frente a esta sus manos temblaban y su corazón más se hundía en aquella desagradable sensación. Estaba recordando, se estaba esperanzado. Aunque aquella casa le traía malos recuerdos, fue en ese lugar donde paso los mejores momentos de su infancia, y por eso se había negado a que su padre rentara o vendiera la parte que les pertenecía. Con llave en mano, la misma que había llevado en su llavero durante todos esos años, junto a otra en especial, mucho más pequeña. Dejo las maletas y sus demás cosas en el pasillo, aunque estuviese cansado cerró la puerta detrás de él y se volvió hacia la calle.
Estaba muy cansado en realidad, sus hombros hormigueaban por el peso de las maletas y su cuello dolía en cierto punto, aparte de que sus sienes pulsaran dolorosamente. Pero tenía que ir ahora. No podía esperar más, la espera solo lo haría dudar más, y echarse para atrás.
Él ya no vivía al otro lado de la casa, su madre sí, pero él no. Kihyun se lo había contado cuando supo que regresaría, y le envió su nueva dirección en un mensaje. Algo como que hace unos años, justo después de que Jooheon ingresara a la universidad, él había tenido una fuerte discusión con su madre, y ella terminó gritándole que se largara.
Dejo ir el aire acumulado en su pecho en un largo y penoso suspiro. Al recordar lo que Kihyun le había contado, tenía la ligera sensación de que nada había cambiado. Pero debía alegrarse, había estado en lo cierto, Changkyun estaba bien.
Caminó hasta el conjunto de apartamentos en el centro de la cuidad que Kihyun había mencionado, saludo al viejo portero, quien regresó el saludo entre dormido y despierto y lo dejo pasar sin hacer ninguna pregunta. En el ascensor sentía la bilis en la garganta y frunció el ceño tratando de ignorar la sensación. Una vez frente al ascensor, tenía las manos sudorosas y su corazón palpitaba con fuerza aquel indeseado sentimiento que lo paralizaba recorría sus venas, por dentro solo quería dar un paso hacia tras y hacer como que nunca había conocido a un tal Lim Changkyun. Pero si lo hacía, seria toda una vida la que tendría que ignorar. Y sabría que en un momento de descuido lo recordaría.