En aquella pequeña habitación dormía un niño que creía que aún podía hacer algo para mejorar las cosas.
Un niño, que solo tenía miedos comunes, al igual que todo el mundo, pero que no podía ocultarlos o disimularlos igual de bien que los demás, y por eso fue señalado.
Changkyun tenía once años, cuando sintió un peso hundirse a su lado en la cama, un escalofrió lo despertó a eso de la media noche. No había nadie en la habitación aparte de él. Pero había un monstruo al otro lado de la puerta. Llamándolo con sobrenombres dulces, y pidiéndole que abriera la puerta.
Se levantó, tratando de ser lo más silencioso posible, y se escondió debajo de la cama, entre el polvo y las sombras que contenían monstruos que lo único que deseaban era llamar su atención, molestarlo o sacarle un buen susto a lo mucho. No como el que estaba afuera en el pasillo, ese solo quería lastimarlo.
Trató de calmar su respiración cuando escuchó el tintineo de las llaves de su padrastro al querer ingresarlas en la cerradura en medio de la oscuridad de la noche. Cerró los ojos con fuerza cuando la puerta se abrió y su nombre fue susurrado con dulzura que le supo rancia. Lo escuchó maldecir al sentarse en la cama. Sabía que aquel hombre que apestaba a alcohol no se molestaría en buscarlo en el estado en que se encontraba. Cuando su padrastro se recostó sobre esta y desagradables sonidos comenzaron a hacer eco por toda la habitación; mientras él lloraba en silencio, pensó en el ángel que le había despertado a tiempo.
Porque estaba seguro de que había sido un ángel.
El ángel del que había hablado Jooheon hace algunos años.
El cual, a partir de esa noche, casi siempre llegaba a tiempo. Porque las demás noches al no sentirse seguro en esa habitación, Changkyun dormía en el ático. Único lugar de la casa del cual su padrastro no tenía llave. Solo había una, y Changkyun siempre la llevaba con él.
Al día siguiente, su padrastro lo miraría con recelo, y le preguntaría frente a su madre, donde había estado la noche anterior. Changkyun se preguntaría como es que ese hombre podría ser tan descarado, y su madre tan estúpida, por lo que con el tiempo y al no poder controlar la situación, aprendió a contestarle mal a los dos. No siempre se escapaba de los castigos de su madre, por avergonzarla frente a su "padre", o los de este por levantarle la voz a su mujer. Pero lograba ocultarlos bien con un poco del maquillaje del bolso de su madre, así los profesores en el colegio no lo hostigarían con su lastima, y Jooheon no se preocuparía por él.
Y tal vez no escogió bien con quien se juntaría en el instituto, pero los cigarros que sus supuestos amigos le facilitaban, le ayudaban a sacar toda la presión de su pecho, aunque también lo manchaba.
Porque realmente detestaba esa casa, eso era de todo menos un hogar.
...Jooheon era su verdadero hogar.
Era por Jooheon, y por el ángel que siempre lo salvaba por las noches, la razón por la que aún seguía en ese lugar. Por la que seguía estudiando, aunque sabía que no tendría ni una oportunidad de siquiera inscribirse para hacer un examen de admisión en la universidad. El por qué aquella palabra que acabaría con todo nunca paso por su mente. La razón por la que a cada amanecer tenía la esperanza de que algún día todo mejoraría.
Cuando la abuela de Jooheon murió se sintió tan mal. Solo, como si hubiesen arrebatado una parte importante de él. Pero sabía que su dolor nunca se compararía al que reflejaban los ojos de su mejor amigo. Aunque la anciana mujer no lo quería en su casa sabía que está siempre se preocupó por él, su mirada se lo decía. Por esto nunca se molestó con ella.
Cuando vivió con Jooheon realmente fue feliz. Entendió un poco a que se referían las personas en las películas al hablar de amor o en los poemas de la clase de literatura a la que fingía no prestar atención.
Le gustaba creer que Jooheon le necesitaba tanto como Changkyun lo necesitaba a él. Le hacía sentir amado e importante.
Solo se tenían el uno al otro. Ninguno de los dos tenía a nadie más.
Tal vez el haber pensado de esta forma fue su único error.
Jooheon no le necesitaba tanto, si pensaba irse y dejarlo completamente solo. Tuvo miedo, eso es todo. Decidió alejarse primero porque estaba muy asustado acerca de todo. A sus 17 años estaba asustado del mundo sin Jooheon a su lado. De lo vacío que se sentiría, de lo mucho que lo extrañaría, de lo solo que estaría.
Y su miedo le cegó tanto que le impidió ver el que había en los ojos de la única persona que tenía en el mundo, la cual en ese tiempo aún estaba a su lado.
Pero quien era Lim Changkyun para pedirle a Lee Jooheon que se quedara por él. No tenía nada que ofrecer, no tenía el dinero ni para costearse su propia educación. Todo apuntaba a que el mayor se negaría y que por nada del mundo dejaría ir una oportunidad de oro como la que su padre le estaba ofreciendo.
Por lo que ni siquiera lo intentó.
Aun así, el día en el que sabía que Jooheon se marcharía, subió al ático, y se quedó ahí sentado en el viejo colchón junto a una bolsita de papas fritas, esperando a que Jooheon entrara por la puerta de la parte de su casa y le dijera que se quedaría con él sin importar nada más.
En todo momento su corazón latió ilusionado y se quitó el reloj de su muñeca lanzándolo al otro lado de la habitación para evitar ponerse ansioso. Creía fervientemente en que Jooheon vendría, y cuando lo hiciera él lo abrazaría, lo besaría y le preguntaría si quería una papita.
Esperó durante horas, bajo las luces parpadeantes de navidad. Hasta que el amanecer lo sorprendió junto a una bolsa vacía de papas fritas. Y cuando Changkyun se cansó de esperar, se dejó caer al pozo repleto de todos sus temores.
Porque Jooheon nunca volvió.