Tus lágrimas, Mis lágrimas.

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Si puedes limpiar las lágrimas que fluyen de mis ojos

Aunque sea un poco...

Entonces, no me importaría ser tu muñeca atesorada.

.

.

Mientras iba en el carruaje, el único sonido que se podía escuchar era el de las herraduras de los caballos haciendo contacto con el suelo del camino que lo conduciría a la mansión de verano donde su tío Louis residía; Robert Marshall miraba sin expresión el pasar del paisaje por la pequeña ventana del vehículo.

Amaba ir al campo, lo llenaba de placer ver la majestuosa belleza de la naturaleza en todo su esplendor, las flores inundando con su delicioso aroma los alrededores, la brisa tenue y el cálido ambiente que se respiraba. Aquel lugar era tan diferente de la ajetreada Londres, sofocante y llena de ruido, es por eso que el campo era como una bocanada de aire fresco, era el lugar donde podía ser él mismo, donde podía olvidarse por unos días de que era un afamado científico y la cabeza de una aristocrática familia inglesa.

Simplemente en aquel lugar se sentía en paz consigo mismo.

Al acercarse pudo ver que en el porche de la casona lo esperaban para darle la bienvenida, su tío Louis junto a su esposa y sus dos hijos, además de algunos sirvientes.

Robert bufó. A ninguna de esas personas le interesaba ver.

Cuando el carruaje se detuvo en la entrada, los sirvientes procedieron a recoger su equipaje mientras él se bajaba. Una vez pisando tierra, pudo ver como sus familiares se apresuraban a exponer un falso regocijo ante su visita. Aquello le pareció patético, sin embargo su educación no le permitía hacer ningún desplante, aunque en realidad él fuera el auténtico dueño de esa propiedad.

Después de las debidas cortesías y de una conversación vacía con sus familiares, Robert fue a dar un paseo al jardín, su lugar preferido de toda la casona, porque fue allí donde la vio por primera vez a ella, a la dueña de sus sentimientos.

Aun recordaba como las flores parecían competir con la belleza de las delicadas facciones de ella, como el viento jugaba con sus cabellos y como sus moderados movimientos lo hipnotizaron.

—Señor Marshall —Lo llamó una dulce voz a su espalda, y sin poder evitarlo, esbozo una tenue sonrisa. Sabía perfectamente a quien pertenecía. Si, allí estaba su principal razón de ir el campo—. La merienda ya está servida, si gusta puede disfrutarla aquí en el jardín o en el salón principal.

Sin esperar más tiempo para disfrutar de su presencia, Robert se dio la vuelta, topándose de frente con aquellos ojos azules que lo hechizaban.

Sí, allí estaba Suzette, con su hermosa piel blanca, casi traslucida, en la que se podían notar el verdor de las venas de su rostro, luciendo unos bucles rubios que caían como cascadas por sobre sus hombros, y su boca dirigiéndole una fina sonrisa que lo llenaba.

Sí. Ella era su muñeca de porcelana personal.

—Gracias, y preferiría tomar la merienda aquí en el jardín —Respondió él con una sonrisa haciendo que la joven se sonrojara levemente— Por cierto Suzette, ¿te gustó el regalo que te mandé antes de mi llegada? —Le preguntó con autentico interés.

Ella lo miró con sorpresa inicial, pero luego la timidez la invadió.

—Sí. —Contestó ella entre balbuceos y la mirada baja—Todas las muñecas que usted siempre me ha enviado como presentes han sido de mi agrado y las he cuidado con dedicación, sin embargo esta última es de mis favoritas, por el gran parecido físico que tiene conmigo.

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