Epilogo: Juntos en la Eternidad

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¡Oh amor mío! No desesperes, pronto estaré contigo

Tu sangre me guiará, tu dolor me alcanzará

Y en tus labios de opio mi alma se rendirá.

.

El goteo constante de un líquido indefinido era el único sonido que se podía escuchar en aquella oscura habitación que solo era alumbrada por el tenue resplandor de una vela.

El desorden que se podía percibir por toda la instancia era evidente: Papeles regados, objetos afilados por doquier y restos de alimentos siendo roídos por ratas. Cualquiera que viera ese lugar podría decir que era el reflejo perfecto del estado mental del dueño de la vivienda.

Una especie de gruñido, proveniente de un estómago, despertó al hombre que se hallaba recostado sobre una mesa de roble invadida por más papeles. Robert se puso de pie al tiempo que frotaba su rostro con brusquedad en un intento vano de alejar la somnolencia de él, y con una sonrisa su mirada se posó en el único lugar iluminado de aquella habitación. Mientras daba unos cortos pasos para acercarse a aquel lugar, comenzó a atusarse el cabello en busca de acomodarlo.

Con cada paso que daba su sonrisa se ampliaba más y más, porque allí estaba ella, esperándolo como siempre, sentada en aquel trono que él había hecho para ella, luciendo un vestido blanco digno de su pureza y rodeada de sus centinelas, aquellas muñecas que siempre la acompañaron.

—Buenos días mí amada Suzette —Musitó él en tono ronco mientras tomaba entre sus manos la fría y pálida de ella y depositaba un cortés beso en el dorso de esta, dejándole como regalo el suave tacto de su piel y un ligero olor a formol. —Dime amor mío, ¿qué te provoca comer esta mañana?

Después de formular aquella pregunta, Robert se quedó con la mirada entornada, fija en los parcos ojos del cuerpo de la mujer frente a él, pero su expresión comenzó a endurecerse y asintió como si en efecto ella hubiera respondido.

—Lo se Suzette, sé que aún no he cumplido mi promesa de volver a la vida este cuerpo terrenal, pero lo he mantenido hermoso y perfecto —Agregó para luego sonreír siniestramente—. A diferencia de los cuerpos de aquellos que decían ser mi familia, ellos están ardiendo en el infierno, igual que como ardieron en aquella sucia mansión del pecado.

Si, el recuerdo de como las llamas consumieron todo aquel lugar lo regocijó.

Aun podía escuchar el crepitar de la madera, los gritos de los sirvientes al ver el fuego y los suyos propios en un intento de parecer afectado. ¡Dios!, había sido difícil el aguantar las carcajadas de satisfacción que querían escapar de su interior.

—No desesperes Suzette —Continuó luego de salir de sus recuerdos— Ya estoy cerca de lograr mi cometido.

Luego de esas palabras comenzó a encender las velas que se hallaban distribuidas por todo el lugar y poco a poco comenzó a revelarse el repugnante escenario que representaba la habitación.

Aquello simplemente parecía una escena salida de alguna obra de Lovecraft*.

El goteo que aún se escuchaba provenía de un femenino cuerpo sin vida que se hallaba sobre una mesa abierto por la mitad, exponiendo así sus órganos internos. Y cerca de esta se hallaban otras series de miembros corporales sesgados y regados sin cuidado y bajo ellos se podían evidenciar charcos de sangre ya seca.

Robert soltó un resoplido de frustración sin verse afectado por su entorno. Había estado tratando de perfeccionar un experimento fallido propuesto por la Sociedad Medica del Despertar, que era una especie de concilio siniestro y clandestino de científicos que buscaban la resurrección de los muertos, pero no había tenido ningún resultado.

Él no entendía porque no lograba nada, había usado sujetos de pruebas en buen estado de salud y con las mismas características corporales de Suzette, pero nada había resultado.

—No te preocupes amada mía —Susurró al tiempo que tomaba entre sus dedos un filoso escalpelo salpicado de sangre— Yo cumpliré mi promesa, aunque tenga que convertirme en otro Jack el destripador por ti.

Y con la luz de la vela reflejándose en el filo de aquel instrumento, procedió a seguir desmembrando aquel cuerpo desdichado que aún seguía desangrándose.

.

Robert se recostó en la gran puerta principal de su hogar con la respiración agitada y la tez pálida.

¡Maldición! Lo habían descubierto. Después de meses de recoger sujetos de prueba muy cuidadosamente, se había vuelto confiado y había cometido un error. Error que había puesto en alerta a la policía de Scotlad Yard. En poco tiempo vendrían por él.

El esbozó un gruñido de ira. Ahora tenía la certeza de que no podría cumplir su promesa, pero por lo menos podría permanecer junto a ella hasta el final. Así que con prisa se dirigió a aquella habitación llena de manchas rojizas dedicadas a su amada, y tomo entre sus brazos aquel cuerpo que siempre había añorado y se encaminó hacía su alcoba, donde con el mayor cuidado que pudo la acomodó en la mullida cama.

Viéndola allí, con aquella expresión de paz, Robert maldijo entre dientes por lo que no pudo ser, por el amor y la felicidad que les fue negado.

Y lloró porque al final el cruel destino venció por sobre el amor.

Del interior del cajón del buró tomó en sus manos unas pequeñas pero letales semillas provenientes de una planta llamada Higuera infernal, y las ingirió con calma.

Allí recostado en su cama junto a Suzette, es como todo debió de haber sido.

Las lágrimas seguían escapando de sus ojos y poco a poco su vista comenzó a nublarse al tiempo que comenzó a sentir una fuerte presión en su pecho. Y sonrió porque de pronto se vio transportado a ese hermoso claro cubierto de flores donde Suzette había confirmado su amor.

Y allí la pudo ver frente a él, con aquella angelical sonrisa que tanto lo cautivaba, al tiempo que hacia una pequeña danza mientras canturreaba...

Oh amor mío deja de sufrir ya, no derrames más lágrimas sin cesar, toma mi mano y tu cuerpo deja atrás, para que nuestras almas dancen en el más allá sin parar...

Sonriendo ella extendió su mano hacía el y sin esperar la aceptó y juntos caminaron hacía una luz cargada de promesas de felicidad y amor eterno.

Justo como debía de haber sido.


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