A veces vivimos en un mundo donde nos sentimos atropellados por emociones de diversa índole; a veces nos sentimos invisibles ante los demás que no son capaces de leer nuestras expresiones faciales, nuestros cambios de humor o el brillo de nuestros ojos, que gritan – aunque nosotros estemos en completo silencio – que algo malo está pasando.
A veces nos sentimos cansados y abatidos, es impresionante la cantidad de minutos que podemos pasar quietos, mirando el techo, mirando la mancha de humedad en la pared, o el mosquito que revolotea a nuestro alrededor, sediento de nuestra sangre y ni siquiera nos movemos cuando lo vemos reposarse sobre nuestro brazo y comenzar a hincharse del alimento que fluye por nuestras venas.
A veces la cárcel está en nuestra mente, cuando empezamos a filosofar sobre el porqué hacemos lo que hacemos, qué habría pasado si... y muchas otras cuestiones que se filtran por nuestra mente y terminan llenando nuestro cerebro.
Nos sentamos a ver cómo la mierda que llena el mundo nos va alcanzando, nos damos por vencidos en las luchas que antes nos inspiraban cada mañana al despertar y nos volvemos un poco más egoístas cuando vemos que al noventa y nueve por ciento de la gente le da igual pisarnos la cabeza para conseguir algo, o clavar el puñal para obtener una ventaja, para hundirse más en la mierda.
Hoy soy pesimista y no tengo ganas de ver el lado bueno de las cosas, hoy soy real porque detesto a la gente que finge que todo está bien. No, no está todo bien, puede que a veces sea más fácil remar el bote, pero nada nunca va a estar del todo bien. Porque así es el mundo gente, y a veces es necesaria una patada en el culo para volvernos a la realidad; y que esa patada nos sirva para despertar y seguir luchando por nuestros sueños. Qué ironía ¿no? Despertar para seguir soñando...