Prologo.

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Caminaba más erguido, con nueva dignidad, diciéndose que, cuando la fortuna sonreía, uno tenía la certeza de haber sido bendecido por los dioses.

— Elizabeth Adler; La fortuna tiene cara de mujer.

¿Te gusta el sonido de las hojas de los árboles al jugar con el viento?

No puedo permitirme enamorarme, aunque te desee con toda mi alma, estoy segura que no soy suficiente para ti.

Recuerdo la primera vez que la vi. Jamás imaginé que esa persona tan extraña se atrevería a cambiar mi vida sin avisar y de lo feliz que me haría al hacerlo.

Una mañana cuando el Sol se asomó por mi ventana y las aves comenzaban a soltar insultos, escuché un gran estruendo arruinarme el sueño desvergonzadamente. Me quejé terriblemente molesta y gruñí golpeando las sábanas con mis puños. Quise volver a recostarme, pero concluí que no valía la pena. Al ver el reloj en mi celular me di cuenta de lo poco que faltaba para que mi alarma sonara, decidí ponerme de pie y comenzar con el maldito día de una vez por todas.

Me asquee al mirar mi habitación, apenas podía distinguir el suelo por todos los bártulos que había tirados. Bostecé y me miré en el espejo. De nuevo, mi pinche cabello se veía del asco.

Salí de la habitación para encontrarme con mis estúpidos hermanos haciendo ruido tan temprano en la mañana ¿Qué manía tienen los niños por levantarse temprano? Mi madre estaba sentada en el sofá mirando su teléfono mientras reía y a mi padre ya ni lo encontré.

— Las que se levantan tarde se preparan su propio desayuno — la escuché decir.

Puse los ojos en blanco y no respondí.

Me acerqué a la cocina y miré en la nevera. Huevo, huevo, leche y más huevo.

— ¿Siempre voy a desayunar huevo?

— Sí... y también comerás huevo si sigues quejándote.

Bufé, molesta, mi madre me ignoró, creo que 18 años como su hija le habían enseñado a lidiar con mi mal genio matutino.

— Alba, si quieres puedes comer de mi cereal — escuche hablar a uno de mis hermanos.

Sonreí, ellos eran lo único que me quitaba el mal humor. Creo que es parte de la magia de tener 5 años.

Negué y acaricié su cabeza con cariño, saqué un sartén y encendí la estufa. El huevo no es tan malo, después de todo.

— Yoyo y Meli no tuvieron clases hoy, pensé que tendría la mañana libre pero no es así. Al parecer la maestra enfermó — dijo mi madre.

Asentí y rompí un par de huevos sobre el sartén.

— ¿Y eso es malo o es bueno? — pregunté.

— Amo a mis hijos, pero una madre necesita descansar por lo menos 8 horas en la mañana ¿A qué hora entras a la escuela hoy?

— Creo que a las 10.

— ¿Y te irás a las 11?

Asentí.

— Mi maestro siempre llega tarde, de todas formas.

— Llevas una semana en la universidad ¿Ya conoces las mañas de los maestros?

Comencé a reír y serví los dos huevos sobre un plato. Yoyo vertió leche en un vaso y me lo entregó. Siempre había sido demasiado listo para su edad. Aprendió a hablar antes que Melissa y era dos minutos menor. Creo que, si había de elegir a uno, Yoyo terminaría como mí favorito, tener hermanitos gemelos tiene sus méritos, más cuando son menores. Esclavos hasta que cumplan 10 y comprendan lo injusta que es su hermana.

¿Él es una chica? |LGBT+|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora