Si yo encontrara un alma como la mía
Cuantas cosas secretas le contaría
Un alma que al mirarme, sin decir nada
Me lo dijese todo con la mirada.— José Mojica; Alma mía.
Un frío aterrador me despertó de repente, tenía los pies congelados y de la nariz me escurría moco. Sorbí y me levanté con un ligero dolor en la espalda; definitivamente, dormir en el sofá no era bueno para salud de las personas. Comprendí a mi padre cuando se quejaba de su problema lumbar y lo compadecí.
Me levanté escuchando cada hueso de mi machacado cuerpo rechinar como si en vez de tener 19 años tuviera 60, tenía tapada la narizota y de la comisura de mis labios escurría baba. No sí, me había quedado perdida ahí en el sillón, cuando se suponía que debía esperar por Mía para salir al centro y comprar ropa nueva, pues por alguna razón, mis pantalones se habían desgastado al mismo tiempo, quemándose de las ingles y provocándome una irritación insoportable al caminar más de un kilómetro.
Camine tambaleándome por el sueño, hasta el baño y sin mirarme al espejo, me la lave la cara y los dientes. Me sequé con la toalla purpura que Yoyo había dejado botada encima del retrete y ahora sí, teniendo la seguridad de verme aceptable, levanté el rostro para admirar mi casi belleza.
Mi cabello largo, lacio y sin chiste, mi nariz pequeña y redonda en la punta, mis labios gruesos, mi piel morena y mis cejas pobladas. Nada en mí era peculiar salvo mis ojos; gracias al cielo, mi madre me había heredado sus tremendos ojos verdes y mi padre sus pestañas largas y rizadas.
Muchas veces me habían descrito como la verdadera belleza mexicana, pero siempre había creído que esas personas no tenían ni idea de lo que era de verdad ser mexicano. Una vez, mientras viajaba en transporte público, vi pasar a una muchacha alta, de tez morena y ojos avellana, su cabello era largo y ondulado y sus facciones rudas contrastaban con la finura de su rostro. Ella fue la visión más hermosa y para mí, la verdadera belleza mexicana que todo el mundo debía conocer.
Yo era producto de una larga cadena de mestizaje y aunque mis padres eran mexicanos, mis abuelos paternos habían nacido en España ¿En qué sitio? Ni siquiera lo sé, nunca tuve buena relación con la familia de mi padre y para ser sincera, no planeo tenerla jamás.
Peine mi cabello y rice — más — mis pestañas. Abrí el botiquín que había en el espejo del baño y saque mi labial rojo cereza. No era el único labial que tenía, pero si mi preferido, se notaba por el desgaste en la punta y el residuo que había dejado a los lados.
Pinte mis labios con cuidado y le lancé un beso al espejo, me guiñe el ojo y cuando — no sé por qué razón — comencé a bailar emocionada, el timbre de la puerta sonó.
Solté un suspiro y cheque la hora en el reloj de mi celular, estaba harta de tener que esperar a Mía y sus retrasos. Ya estaba pensando en todas las cosas que le iba a decir, cuando abrí la puerta y todo se me olvido.
Mía y Xiao estaban parados frente a mi puerta, uno frente al otro, bajé la mirada presintiendo lo peor. Sus manos estaba entrelazadas y Xiao la miraba como si acabase de ganar la mejor de las batallas. Debo admitir que mi primer impulso fue cerrar la puerta y gritar con fuerza, pero tenía que ser realista, levantar la cabeza con honor y afrontar la derrota como una ¿perdedora digna?
Sonreí y me hice a un lado para dejarlos pasar. Mía me miró emocionada como si tuviera mucho que contarme (y sabía que tenía demasiadas cosas que explicarme, pero era obvio que no estaba de humor). Caminamos hasta la sala, que (una vez más) gracias al cielo, estaba ordenada exceptuando mis zapatotes botados.
Mía los pateo y se sentó en el sofá grande, junto a Xiao.
— Albita... — me dijo con tono meloso y supe de inmediato que nada bueno vendría de eso.
— Qué... — solté tajante. Se suponía que no debía hacerlo, porque en esencia, mi único trabajo era "disimular". Pero el tremendo dolor como comprimido que sentía en el pecho, combinado con el revoltijo que sentía en las tripas, no me ayudaban en lo absoluto.
— Me temo que tendremos que cancelar nuestra cita de hoy, mi amor — me dijo sin borrar su sonrisa del rostro.
Forme una sonrisa de lado y asentí.
— ¿Por qué? — ¡Ay! Y no debía preguntar. Pero de todas formas pregunté.
Mía me miró clavándome sus grandes ojos miel, con emoción, como si hubiera formulado la pregunta deseada. Tuve miedo por escuchar su respuesta.
— Bueno, como puedes ver Xiao y yo comenzamos a salir...
— Fantástico... — le dije. Por supuesto, mentí. — bueno, creo que tiene sentido que me canceles, a mí...
Xiao comenzó a reír y sentí que mi corazón se detenía. Mis piernas comenzaban a temblar, agradecí por estar sentada. Su sola presencia me ponía nerviosa. Alguna vez había leído que cuando alguien que te atrae, te pone así de nerviosa, quiere decir que esa persona no es la indicada y ¿saben qué? Me vale. Xiao era todo lo que quería y era duro aceptar que desde ese instante, quedaba completamente cancelado.
— Sólo es por hoy, después volverá a salir contigo como de costumbre — me dijo y me sonrió. —. Sé una buena chica y prestámela.
Como ya no quería tenerlos ahí, me encogí de hombros y asentí sin replicar.
— Mía no es de mi propiedad, váyanse y diviértanse. Creo que me quedaré en casa y no sé... — suspiré. — intentaré mantenerme despierta hasta la noche.
Xiao acrecentó su sonrisa con entusiasmo, haciendo que mi corazón se detuviera. Ese maldito ni siquiera sabía lo que causaba en mí y ahí estaba haciéndolo sin querer.
— Gracias — me dijo, guiñándome un ojo.
Bufé. Me giré para ver a Mía y pensando en cómo recriminarla de alguna forma.
— Diviértanse y ya quiero que me invites a salir otra vez — musité.
Ella me miró.
— Sí, pronto, mi amor.
— Para cancelarte... — declaré.
Mía se rió y se puso de pie junto a Xiao para salir de la casa.
Cuando escuche la puerta cerrarse, me tiré en el sofá de nuevo y restregué mi rostro con las manos ¿por qué carajo nunca podía tener lo que quería? Jamás en la vida me había gustado un hombre como me gustaba Xiao y ahora él iba y se enamoraba de mi mejor amiga.
Pensé en cada una de sus facciones y la estructura de su cuerpo. Las tracé con cuidado en mi cabeza, su sonrisa, su voz, su nariz y hasta el lunar que tenía debajo del ojo. Intenté no ponerme a llorar, porque en el fondo, sabía que algo como eso pasaría y que la culpa había sido solamente mía por no actuar como debía.
Cerré los ojos, notando como una pequeña lágrima se escurría por mis mejillas, estaba derrotada y sin querer, comencé a llorar.
Adiós Xiao chen, fue un gusto haberte querido.
Por favor, si les gusta esta historia, no duden en recomendarla. Gracias.
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¿Él es una chica? |LGBT+|
Fiksi RemajaDesde ese día, pasaba cada mañana intentando encontrármelo de nuevo, ya no salía de casa sin arreglarme y cuando lo veía no me atrevía a hablarle. Xiao chen se volvió de repente mi amor platónico y un dulce secreto que no me duro demasiado. ¿A que...