VALENTINA
Lo que estaba viendo en ese momento era horrible, la forma en que el señor Pueyrredón tocaba el cadáver me hacía estremecer, mis tripas se revolvían intentando sacar todo lo que contenía en mi estómago. El olor que emanaba del cuerpo destrozaba mi sentido del olfato. La mirada de un hombre despreciable caía sobre mi cuerpo mientras fornicaba con ese cadáver, me sentía sucia ante tal atrocidad, no podía hacer nada más que ver y horrorizarme.
Cuando terminó acomodó el cuerpo de la chica en el ataúd, caminó hacia mí mientras se acomodaba la ropa y limpiaba con sus manos los restos de sus fluidos que habían caído sobre su pantalón. Grité tratando de soltarme, no quería que me tocase, no luego de ver lo que hace unos momentos él había hecho. Tomó mi rostro entre sus manos y besó mis labios con fuerza, era un beso muy forzado y nada pasional. Llevó su mano izquierda hacia mi cabello y lo sujetó para luego jalarlo y hacer que mi cuello quedase expuesto a él.
—Tiene un hermoso cuello señorita —su rostro seguía clavado sobre mi cuello, sentí su deseo arder sobre mí, pero ahí terminó todo, se levantó y salió de la habitación dejándome atada.
El hambre me vencía, tenía más de diez horas de no probar ni agua, mi garganta estaba seca y mis brazos adoloridos. La incómoda posición en la que me encontraba evitaba que pudiese descansar. Escuché unos pasos aproximándose, la perilla de la puerta se movió, temí de que se tratase del señor Pueyrredón, por suerte para mí solo se trataba de Clarisse. Entró sin mirarme a los ojos y me soltó, mi cuerpo cayó al suelo por lo débil que me encontraba.
No supe en que momento perdí la conciencia, al abrir mis ojos me encontraba dentro de mi habitación con mi ropa de dormir. Miré por la ventana y el sol aún no salía, era de madrugada, aún no había nadie despierto. Me levanté atemorizada al recordar lo del cadáver, salí corriendo de mi habitación. Trastrabille varias veces, llegué de nuevo a la habitación del cadáver, tiré de la puerta, estaba abierta, pero en su interior no se encontraba nada solo un terrible vacío y una espesa capa de polvo. Entré queriendo negar lo que mis ojos veían. Todo desapareció de la noche a la mañana. Sentí una respiración detrás de mi cuello, la piel se me erizó y grité con todo lo que mi garganta me permitía. Unos dedos fríos y largos sujetaron mi brazo, el temor dentro de mí crecía.
—Tranquilícese señorita Levesque —tragué grueso al escuchar a ese hombre, quise soltarme para correr, pero su mano me sujetó con una fuerza aún mayor —. No se altere, no le haré ningún daño.
—Usted estaba fornicando con un cadáver —exclamé con las lágrimas a punto de salir —suélteme.
—Eso nunca pasó, cálmese, no entiendo de dónde saca semejantes ideas. Últimamente grita eso por las noches querida. Está fuera de su raciocinio.
—Kassandra, ella también vivió aquí, y vio lo que yo he visto.
— ¿Kassandra?- se preguntó a si mismo con duda y sin soltarme — ¡Oh, Kassandra!, de seguro usted leyó "El diario de Kassandra", me parece irónico que alguien con su intelecto pudiese creer que lo que dicho libro dice es verídico.
—No comprendo a lo que se refiere señor Pueyrredón —me había calmado luego de ver la extraña tranquilidad que él infundía sobre mí.
—Hace un par de años contraté a una escritora para que relatase una historia sobre mi vida. La terminó, pero me parecía poco entretenida de leer —me soltó el brazo, sus dedos quedaron marcados sobre mi piel —así que le sugerí que escribiese sobre la primera impresión que le di al conocerme, sobra la clase persona que ella pensó que era Svante Pueyrredón, y así fue como nació "El diario de Kassandra". Esa escritora imaginó a esa clase de hombre en mí, disculpe haber causado confusiones en usted.
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El secreto de Svante
Mystery / ThrillerLas obsesiones y extraños deseos pueden convertir a una persona en un depravado o enfermo mental, algo a lo cual ya está acostumbrado Svante. Su extraña obsesión por las muñecas de porcelana lo llevará a cometer crímenes inhumanos para complacer su...