CAPÍTULO 2: VALENTINA

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Bernardette me ayudó a llegar hasta la casa de los Levesque, mi semblante denotaba la tristeza que había en mi corazón. Decidí entrar por la puerta trasera de la casa, no quería ser descubierta y sermoneada por mi padre. Con mucho esfuerzo llegué a mi habitación haciendo el menor ruido posible. Todo mi cuerpo dolía y mi cara ardía por la mezcla de muchos sentimientos encontrados.

El apoyo que siempre sentí con Alexandre se desvanecía poco a poco rompiéndome el corazón en miles de fragmentos. Una lágrima rodó de mis ojos, y tras la primera vinieron muchas más. Recosté mi cabeza en la almohada para ahogar los sollozos, tomé mi diario, leí y releí cada una de las páginas en las cuales escribí sobre el amor de mi vida, Alexandre. Me sentí engañada, pensé por mucho tiempo que él me amaba cuando yo misma negaba lo evidente, Alexandre no estaba conmigo por amor, solo por conveniencia.

Desperté al día siguiente sin recordar en qué momento me quedé dormida. La luz del sol se colaba por la fina cortina que adornaba la ventana. Me levanté de la cama con una nueva idea cruzando mi mente, me marcharía con el señor Svante, tal vez él podría ayudar para distraerme de mi sufrimiento, o el solo hecho de encontrarme a miles de kilómetros de distancia me haría sentir reconfortada.

En la planta baja estaba mi padre, furibundo, su enojo era notado desde la distancia, cada vez que se enojaba las mucamas sufrían las consecuencias. Suspiré admitiendo mi inminente derrota, bajé las gradas hasta quedar frente a él.

—Está bien padre, he decidido obedecer lo que usted me pide luego de horas meditándolo.

—Me parece excelente, a las buenas o a las malas te haría ir con el señor Svante.

— ¿Cuándo vendrá él por mí?

—Hoy en la mañana, ya todo estaba planeado para esto Valentina, no había vuelta atrás, lo importante aquí es tu seguridad, y él es el único que puede brindártela en estos momentos de crisis. No me gusta esto que haré, eres mi hija pero quiero lo mejor para ti.

—Está bien —me sorprendí, aún y si no hubiese aceptado tendría que irme, mi opinión no contaba, no tenía valor alguno —iré a empacar, no pienso marcharme sin nada.

Subí de nuevo a mi habitación, mi garganta se cerraba, el llanto quería volver. Me alejaría de todo lo que conocía, extrañaría mucho a Bernardette, ella me apoyaba en todo y siempre estaba para mí, siempre a mi lado, siempre que la necesité, saqué unos cuantos vestidos de mi guardarropa, varios de ellos no habían sido utilizados en meses. Ya tenía todo listo, el mayordomo se encaró de bajar las valijas hasta la recepción. Antes de terminar, alguien llamó a la puerta, el ama de llaves se encargó de abrir. Era él, el señor Svante, por primera vez lo pude observar, era de una gran altura lo cual le brindaba mucha elegancia, su cabello oscuro y peinado hacia los lados formando pequeñas ondas, vestía muy elegante para la ocasión, por su vestimenta se podía apreciar fácilmente la posición social en la que se encontraba, mucho mejor que la de cualquier persona que yo conocía. Se dirigió al despacho de mi padre, lo seguí sin que se diera cuenta.

El señor Svante entró pero yo me quedé en el umbral observando cuidadosamente y esperando que no me descubrieran, él tomó asiento frente al escritorio de mi padre, traía consigo un hermoso libro con borde dorados.

—Es un placer para mí recibirlo en mi humilde casa, señor Pueyrredón.

—He venido por su hija ¿Ya decidió ella si acompañarme o no? —preguntó muy dudoso, pero las dudas eran ahogadas por su varonil apariencia.

—Todo está arreglado, ella está esperando por usted.

—Será conveniente partir con ella cuanto antes señor Levesque, perdone mi atrevimiento, pero deseo marcharme ya con su hija, hay ciertos asuntos que debo resolver antes de llegar a mi hogar y necesito partir cuanto antes.

El secreto de SvanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora