Suspiró exhausta, reclinó su cabeza sobre el escritorio y cerró sus ojos levemente. Su día había sido fatídico, agotador y sobre todo muy tedioso. Eran finales del siglo dieciocho, por 1789 en una de las calles más concurridas de París, y habitada por personas de buena posición económica. Valentina era la segunda hija de una familia acomodada, su hermano mayor vivía en las afueras de la ciudad, en un ambiente más relajado junto con su esposa y su único hijo, el cual tenía por muchos tres años. Valentina acomodó su rostro sobre la mesa antes de ser interrumpida por una de sus sirvientas. Su prometido recién había llegado para ir a dar un paseo con ella. Se levantó con una sonrisa en su rostro, subió a su habitación para darse un retoque.
Caminaron por dos largas horas, uno a la par del otro, grandes silencios se formaban entre ellos, entre dos personas que estaban comprometidas y que nunca pasaban momentos divertidos o agradables, ya se habían acostumbrado a solo la presencia del otro, como un cuerpo inerte que los acompañaba. Para muchos era una relación perfecta, nadie sabía lo que para Valentina significaba el no poder mantener una charla con su futuro esposo ni por dos minutos antes de que él dejara de responder.
-Déjeme aquí, yo puedo regresar sola a casa- dijo ella con tristeza.
—No la dejaré sola en las calles, más aún con la situación a la que se enfrenta Francia- él la sujetó de la mano, no de forma romántica, él no era así.
La llevó hasta la puerta de su casa, se despidió de ella, diciéndole un simple adiós, ni siquiera le dio un beso, o le dijo un "te amo", se trataban como dos extraños. Valentina entró a la casa, su padre aún no había llegado. Subió a su habitación, era un tanto modesta, nada extravagante, contaba con lo necesario para una dama, una hermosa cama en el centro del cuarto, un pequeño guardarropa que contenía varios de sus vestidos, al fondo, en una de las esquinas, estaba el retrato de su difunta madre.
Se quitó sus galantes vestidos y alhajas, tomó un libro de la repisa y se recostó en su cama a leerlo hasta quedar sumida en un profundo sueño, del cual despertó hasta el día siguiente. Alarmada se levantó de su cama aún agotada por el ajetreo del día anterior, se dio un rápido baño y una de sus sirvientas le ayudó a vestirse. Bajó al despacho de su padre, lo vio desde el umbral de la puerta, estaba sentado frente a su escritorio, las libreras estaban a tope, su padre era un amante de la literatura, más aún de la inglesa, en cada uno de sus viajes traía consigo dos o tres nuevos ejemplares para su colección y a Valentina le encantaba leer cada uno de esos libros.
—Valentina, hija mía —la miró con angustia en su rostro.
— ¿Pasa algo padre?
—La situación del país ha estado empeorando, ya no es seguro que tú vivas aquí, pienso enviarte lejos.
Se sintió abrumada por la respuesta de su padre, amaba su casa y no quería dejarla, no podía dejarla, todos sus recuerdos estaban en ella, cada momento de su infancia.
—Ayer conocí a un hombre de mucha confianza por mis conocidos, era de buen parecer, elegante, y lo mejor de todo, adinerado, es de mucho prestigio en la sociedad francesa y se ofreció a sacarte de París para llevarte a vivir con él mientras las revueltas cesan, no es seguro que vivas aquí Valentina, necesito sacarte de este lugar y ya tengo la oportunidad perfecta para hacerlo.
—Pero padre, tengo un prometido con el cual casarme, no puedo irme con otro hombre.
—Solo es algo temporal, el señor Svante cuidará muy bien de ti.
—Apenas lo conoció anoche, no lo aceptaré.
— ¡Valentina! Compórtate de una vez —se levantó del asiento alzando la voz —harás lo que yo diga, él vendrá esta tarde y quiero que estés presentable, espero que no salgas con algún capricho o berrinche, sal ya de mi despacho.
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El secreto de Svante
Mistério / SuspenseLas obsesiones y extraños deseos pueden convertir a una persona en un depravado o enfermo mental, algo a lo cual ya está acostumbrado Svante. Su extraña obsesión por las muñecas de porcelana lo llevará a cometer crímenes inhumanos para complacer su...