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Sin ningún conocimiento de tal, se introdujeron a la ceremonia."

  A la entrada se veía una alfombra que simulaba como sangre, color rojo vino, inmensamente larga. Al final de ella se veía una luz, casi igual a la que cubre a nuestro señor padre. Sin duda alguna, la curiosidad me carcomía y necesitaba acercarme a ella.

  Mientras caminabamos por el gran salón, Elizabeth y yo nos percatamos de varias cosas, vimos rostros rebosando de felicidad y otros y otros que se hundían en la tristeza, no sabíamos el por qué.

Cuando, en un segundo, las risas y las voces se aplacarón y un resplandor iluminó el techo, se aproximaba algo grande, algo que nunca había visto.

  

  Todos se empezaron a formar en varias filas y nuestro señor bajó:"hijos míos, mucho tiempo esperaron y algunos sufrieron, pero hoy tendrán, algunos, la oportunidad de recuperar lo más querido, lo que, quizá, desperdiciaron o aprovecharón demasiado; su vida."

   Conforme iba diciendo cada palabra, me iba confundiendo mas y mas, no entendía que estaba pasando, o peor, que podía pasarme o a los seres a quienes algún cariño les había agarrado, como a mi amada Elizabeth.

  Recuerdo que Elizabeth me abrazó y me dijo, al oído, con su calida voz:"Aún no sé quien eres, pero en este momento, a tu lado, me siento segura", y, entonces, la felicidad me aniquiló y le respondí:"no es necesario conocer a alguien para estarlo, solo necesitas quererlo y aceptarlo".

  

   Todos empezaron a caminar y poco a poco, sobre nosotros, fueron saliendo unas luces azules, que se iban colocando en las cabezas de algunos de nosotros, de muy pocos de nosotros. Al ser tocados o seleccionados, se iban levantando del suelo y se aproximaban a la  resplandeciente luz, en un abrir y cerrar de ojos desaparecían.

  

   Uno por uno se fueron yendo y, una vez mas, el silencio dominó el gran salón.

  Pasaron varios días, seguía viendo a Elizabeth, me seguía llenando de felicidad, me seguía queriendo y me hacía sentir como si fuese el único hombre que conocía.

Tras pasar un par de meses, me daba cuenta de que Elizabeth había cambiado su forma de quererme, simplemente ya no lo hacía. Buscaba el por qué, era muy difícil descifrarla. Se había enamorado de otro hombre

no tenía el valor de decírmelo, el miedo la silenciaba.

Tardé mucho en descubrirlo, mientras se iba olvidando de mí, mi estúpido corazón la volvía parte esencial de su mecanismo.

Ya había echo la parte mas difícil, aceptar que la perdí, solo faltaba una cosa, saber por qué, o peor aún, quien.

Tras noches merodeando por mi cabeza, nadando en mis lagrimas y gritando lo "feliz" que era mientras mi garganta se resecaba y mis ojos explotaban de felicidad al saber que la perdí por él, mi mejor amigo... August.

El último error de mi vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora