DESPIERTA UN HEROE

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La guerra se avecinaba y Galio no podía hacer más que observar mientras los soldados de Demacia se preparaban. No sabía cuánto tiempo había transcurrido desde la última vez que saboreó la magia. Había sido transportado desde el pedestal muchas veces, solo para volver sin tener la oportunidad de cobrar vida. Pero aunque su cuerpo permanecía inmóvil, su mente estaba siempre agitada.

Y anhelaba pelear.

Galio podía distinguir las hileras repletas de bárbaros del norte a la distancia. Incluso con sus sentidos entorpecidos durante su estado de ensueño, podía distinguir que sus filas eran descuidadas e indisciplinadas y se movían de aquí para allá con impaciencia, esperando a sus enemigos demacianos. Galio había escuchado conversaciones acerca de estos hombres salvajes muchas veces, dadas sus recientes conquistas. La atemorizada gente de la ciudad decía que los freljordianos no dejaban a nadie con vida y que colocaban las cabezas de sus enemigos en gigantescos colmillos de extrañas bestias...

Pero los bárbaros no le interesaban al coloso. Sus ojos habían encontrado un premio mucho mayor: una forma titánica que parecía casi tan alta como las montañas detrás de ella. Se movía ominosamente, con el agite de las olas de un tempestuoso mar, a la espera de que lo liberaran.

¿Qué es eso?, pensó Galio, lleno de esperanza. Espero que pelee.

Debajo de él, sus compañeros demacianos marchaban con precisa sincronización, recitando una cadencia, para alejar con sus cantos todos los pensamientos ajenos a la batalla. Entre ellos, se escuchaban seguros en su victoria, pero para Galio, quien había escuchado esa misma canción incontables veces, sus ritmos eran menos certeros, más dudosos.

No están emocionados de luchar contra esta gran bestia. ¡Yo lo haré por ellos!

Galio se sintió invadido por la necesidad de recoger a cada uno de estos hombres en sus brazos y decirles que todo iba a estar bien, que él se levantaría y perseguiría al ejército invasor entero hasta sus fronteras. Pero no podía. Sus brazos, piernas y garras estaban tan frías e inertes como la piedra de la que estaba hecho. Necesitaba un catalizador, una poderosa presencia mágica de algún tipo, para despertar de su sueño lúcido.

Espero que haya un mago, pensó, observando el horizonte. Lo más común es que no haya magos. Odio cuando no los hay.

Su preocupación creció mientras escuchaba los resoplidos de agotamiento de los bueyes que lo jalaban. En total eran algunas decenas y aun así tenían que ser cambiados por reemplazos frescos cada milla. Durante un breve momento, Galio pensó que tal vez se colapsarían y lo dejarían entre los arbustos exteriores de Demacia, mientras los humanos se llevaban toda la diversión.

Pero entonces, al fin, su carreta se detuvo en el borde del campo de batalla. Sabía que no habría diálogo, ni probabilidad de que el enemigo salvaje se rindiera. Galio podía escuchar el traqueteo de sus pequeños compañeros humanos chocando sus escudos para formar un sólido muro de acero. Pero sabía que fuera lo que sea la enorme bestia de los bárbaros, seguro atravesaría el fino armamento de Demacia.

Ambos lados se lanzaron al ataque, colisionando en un destello de extremidades y espadas. Galio escuchó afilados aceros chocando y certeras hachas encontrándose con escudos. Hombres de los dos ejércitos caían muertos en el barro. Valientes voces que Galio conocía bien lloraban como niños por sus madres.

El suave corazón del gigante de piedra comenzó a temblar. Pero no podía terminar con su parálisis.

De pronto, una cegadora descarga morada atravesó la batalla, lo que provocó que decenas de demacianos cayeran de rodillas. Entonces Galio lo sintió; esa sensación familiar en la punta de los dedos, como el sol del mediodía calentando el frío alabastro. Casi podía moverlos...

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