El domingo posterior a mi primer día con mi nueva familia fue, con diferencia, mucho más tranquilo: Catalina y Jacobo me dejaron estar a mi bola con la disculpa del golpe, así que aprovechando la ocasión, me encerré en mi cuarto. Tenía planeado dormir toda la mañana, pero las pequeñas estropearon mi plan. Me despertaron con el ruido que estaban montando en la planta de abajo, y cuando bajé a la cocina, me las encontré preparándome una bandeja con zumo de naranja, un par de croissants... y lo que era un intento de café, pero habían estropeado la máquina y era más agua marrón que otra cosa. Acabamos desayunando las tres juntas en mi habitación. Creo que fue el momento en el que más me sentí en casa.
El lunes, mi despertador personal fueron ellas, echándose encima de mí a lo loco, aplastándome y gritando que me levantase, que tenía que ir al instituto y que iba a llegar a tarde.
Mierda, el instituto... con un poco de suerte las cosas irían bien, encontraría a un par de amigos de confianza y todo eso, sin malos rollos innecesarios. Pero teniendo en cuenta mi historial social, tenía pocas esperanzas. No sabía qué había en mí que atraía tanto a las zorras y matones de turno, la verdad.
Para empeorar la situación, Catalina me había dicho que aquel instituto era de los más duros, con unos profesores severos y donde, si no te esforzabas, tenías suspensos asegurados. Y yo, la verdad... no me gustaba mucho estudiar.
Vamos, que sobra decir que me apetecía tanto empezar en el nuevo instituto como de romper una pierna. Pillé lo primero que me encontré en el armario y bajé a desayunar todavía con los ojos entrecerrados por el sueño. Allí estaban Catalina y las niñas, que ya habían terminado y se disponían a levantarse.
-Bonitos bigotes- les dije sonriendo y señalando el rastro del cacao que tenían sobre el labio.- ¿Y Jacobo?
-Ya se ha ido- me informó Catalina mientras cerraba el periódico- este año le toca ser tutor y tenía cosas que preparar. ¿Y tú qué? ¿Ilusionada por empezar?
-Bueno...- murmuré insegura, sirviéndome un buen tazón de cereales.
-Tranquila, ya verás como al final te gustará. Además no estarás sola, Tomás también va a este instituto. Puede guiarte y todo eso. Por cierto, antes de irte tengo que darte una cosa.
Cogió su enorme bolso, que reposaba en el suelo, y me tendió un paquetito rectangular envuelto en papel de regalo. Lo abrí con cuidado, y vi que era un móbil.
-Un Samsung de los nuevos. Con cámara frontal para hacer todas esas cosas de jóvenes. Además, así estaremos comunicados contigo.
-Yo... nunca había tenido un móbil-susurré nerviosa, mirando extasiada aquel extraño objeto-. Muchísimas gracias.
-De nada. Termina rápido, que en veinte minutos nos vamos.
Y así fue: en ese breve espacio de tiempo ya estábamos allí. Era un instituto bastante grande, dividido en varios edificios. Faltaba poco para que tocase el timbre de entrar a clase; por lo que Catalina me acompañó rapidamente hasta el despacho del director para que me entregasen el horario.
Había llegado lo difícil: saber adónde tenía que ir. Se supone que tenía clase de Inglés, pero aquello era un laberinto de escaleras y pasillos interminables en el que todos sabían dónde estaba cada clase menos yo.
La aglomeración de gente pronto se fue dispersando y allí me quedé yo, dando vueltas que no me llevaban a ningún lado y poniéndome nerviosa a medida que los minutos pasaban.
Iba a llegar tarde a mi primer día en el instituto, genial.
Volví a mirar concentrada el puto horario, como si él me indicase el camino a seguir, y en eso estaba cuando unos pasos apresurados resonaron y alguien chocó contra mi espalda. El impacto fue tan fuerte que la despistada chica se cayó y el montón de libros y hojas sueltas que llevaba salieron volando por los aires.

ESTÁS LEYENDO
Unexpected
AcciónKristen, una chica huérfana de solo 16 años, es adoptada por una familia algo particular. Así es cómo Kris llega a Santa Columba, donde conocerá a personas como Thomas y Hélène, que se ganarán un lugar en su corazoncito. Cuando la amistad surge con...