Capítulo II

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No necesitaba mucho tiempo para adecentarme, así que, una vez que Jacobo me dejó sola en mi cuarto, decidí que sería buena idea empezar por darle personalidad a mi pequeño rincón.

No tenía claro qué se suponía que tenía que ponerme para una cena en familia, por lo que preferí no comerme mucho la cabeza y sacar primero mis libros y CDs, mis tesoros más preciados, y colocarlos en la estantería.

El 95% de mis pertenencias eran regalos de navidad y de cumpleaños que algunas organizaciones benéficas donaban a nuestro orfanato, y a muchos otros. El 5% restante lo había robado en las casas en las que había estado. No me juzguéis. De alguna forma tenía que vengarme por el maltrato general que recibía.

Una vez terminé de poner todo en su sitio, vacié toda la ropa sin ninguna consideración y la desparramé sobre la cama. Sólo tenía un par de vestidos, así que al final llegué a la conclusión de que era mejor no complicarme la vida creando un conjunto elaborado. Cogí el vestido rojo, que estaba algo viejo, pero que me quedaba muy bien, y unas simples bailarinas negras.

Estaba a punto de salir al pasillo y buscar el baño para darme una ducha, cuando alguien tocó en la puerta.

-¿Quién es?

-Soy yo, Kristen.

-¿Y quién es "yo" exactamente?

-¿Quién va a ser? Catalina, tu madre... escucha,falta media hora para la cena, prepárate que pronto llegarán los invitados.

-Eh... sí, sí-. Qué raro me resultaba que se autoproclamase mi madre. Me llevaría un tiempo acostumbrarme-. Oye, ¿dónde está el baño?

-Lo tienes ahí mismo, no me digas que no lo has visto-me dijo con un tono de burla- venga, date prisa y no nos hagas esperar mucho.

Oh por dios. ¿Un baño propio? No me lo podía creer. ¿Y cómo demonios no lo había visto antes? Estaba allí, al lado del armario. Qué tonta.

El contacto con el agua caliente relajó todos mis músculos de golpe, y por primera vez desde que supe lo de la cena, me sentí tranquila. Sabía que en cuanto saliera de la ducha el efecto se iría tan pronto como había venido, así que me demoré todo lo que pude, disfrutando de aquella increíble sensación.

El mayor reto era mi pelo. Con toda la paciencia que pude reunir, desenrredé todos los nudos y lo sequé, rezando para que no se me rizara en exceso y así no parecer una loca que acabase de meter los dedos en el enchufe.

Por suerte, por una vez, conseguí un buen resultado y procedí a maquillarme muy sutilmente. Odiaba pintarrajearme como una puerta.

Cuando llegué a las escaleras que llevaban al piso de abajo, alisé el vestido e intenté relajarme. ¿Qué podía pasar mal, si al fin y al cabo esa fiesta era en mi honor?

Ya preparada y decidida a acabar con el asunto de una vez, comencé a bajar las escaleras a paso lento, pero me paré en el descansillo al ver el panorama.

Allí había más gente de la que me había esperado. Pensaba que sólo íbamos a ser yo, mis padres, mis hermanas y algún familiar más. ¿No podían haberme avisado? Aunque debí haberlo supuesto cuando oí el ruido de los coches cuando aparcaban.

Quería volver a mi cuarto, esconderme bajo las mantas de la cama y fingir un terrible dolor de cabeza, pero cuando pretendía dar media vuelta y huir, Jacobo me vió y practicamente me arrastró hasta el salón, donde la marabunta de gente me esperaba, sin darme la oportunidad de dar alguna excusa.

Pese a la indecente cantidad de personas allí metidas, pude apreciar la belleza de la sala. Acogedora, las paredes eran de un tono azul pastel, y el suelo de madera clara.  Había un largo sofás de un color crema muy suave con dos sillones a juego, y una chimenea y una televisión alucinante. Ah, y los ventanales, que ocupaban casi toda una pared y que dejaban ver toda la parte trasera de la casa.

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