PROLOGO

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"El cielo es hermoso. Las nubes blancas se tiñen de tonalidades naranjas con el inicio de un nuevo día. El sol se asoma en el horizonte, con timidez, mientas los delgados rayos de luz acarician el cielo, dando paso a colores asombrosos. Que hermoso es el amanecer.

No sé cuántos amaneceres como este se han perdido en mis ojos. He observado este paisaje con la misma melancolía de siempre, por mucho tiempo. Para ser exacta, por 15 años. El tiempo trascurre, sin que incluso los dioses puedan detenerlo.

El viento es frio. Mis pies descalzos están helados, al igual que mis manos. Un escalofrió recorre mi cuerpo, y me abrazo a mi misma tratando de no perder el poco calor que mi cuerpo genera. Al alzar la mirada, puedo observar a las aves. Su libertad es anhelosa, mientras sus pequeñas alas, que parecen de papel se mueven enérgicamente, volando hacia el amanecer. Cuanto envidio su libertad.

Dos golpes secos en la puerta llaman mi atención.

—Es hora de levantarse, Diosa Vanadís.

—En un momento abro.

Abandono la ventana desde donde observo el hermoso paisaje, para atender el llamado de la señorita que se encarga de levantarme todos los días. Cuando abro la puerta, Aurora entra, con la misma fría expresión de siempre, llevando una caja en sus brazos. La deposita en el tocador, y voltea a mirarme con desdén. Ya estoy acostumbrada a sus gestos de rechazo hacia mí, por lo que no me sorprende en absoluto.

—Este es el vestido que su madre ha escogido para que lleve el día de hoy

Después de esto, procede a sacar el vultuoso vestido de su envoltorio. Es un vestido de seda, de cuello alto y manga larga. Está adornado con listones dorados, muy anticuado para mi gusto. Lo miro por unos segundos, y Aurora espera impaciente.

— Hum...ya que hoy es mi cumpleaños, escogí un vestido...

—Su Madre me dio la orden de que usara este.

No tengo oportunidad de quejarme. Me siento en el tocador y Aurora comienza a desvestirme y a poner los atuendos propios para portar el vestido. Es incomodo, y muy pesado, lleno de listones y adornos. Cuando termina con su labor, procede a recoger todo y abandonar la habitación.

—Su madre la espera en el jardín — dice mientras se dirige a la puerta— diosa Vanadís, debería tener un aspecto más propio de una señorita— y sale en silencio, sin decir nada más.

Confundida por su comentario, volteo a mirar el espejo. En él, contemplo mis ojos de dragón y las marcas azules debajo de ellos. Toco con suavidad mi mejilla, mientras un suspiro sale de mis labios.

Ah, sí tan solo no hubiera nacido siendo un monstruo.

Con mi poder "celestial", cambio el aspecto de estos ojos de dragón, a unos más agradables a la vista de los demás.

Con aire melancólico, cepillo mi cabello castaño, el cual me llega hasta los hombros. A decir verdad, me gustaría que fuera más largo, pero como mi madre detesta el color dorado que posee de forma natural, me ordena que lo corte enseguida. Y cambiar el color de mi cabello, para no molestarla mas fue algo que aprendí por mi cuenta.

Salgo de mi habitación, y recorro con pasos lentos los silenciosos pasillos del palacio. Es un lugar lujoso. Tapices y pinturas antiguas decoran el lugar, la mayoría narrando la gloria de la batalla, o la belleza que existe en los bosques que rodean a Vanaheim. Al llegar a las escaleras que conducen al jardín principal, alcanzo a distinguir a mi madre, sentada en la mesa, tomando una copa de vino.

Es una mujer muy hermosa. Lleva un largo vestido blanco, y una capa celeste sobre sus hombros. Su piel es suave y blanca como la espuma del mar, y sus ojos color menta. Su delicado rostro es enmarcado por su largo cabello plateado, y su silueta es imponente. Es una Diosa muy venerada por los humanos, y ellos la conocen por diversos nombres, dependiendo de la región en la que vivan. Pero yo la conozco por el nombre Skadi. Mi madre es la Diosa Skadi Vanir.

Un Nuevo AmanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora