NIEVE

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Hace frio... —dice Freya mientras sus ojos se dirigen hacia la vista que ofrece la ventana. Después de unos segundos, un suspiro suave y silencioso se escapa de sus labios.

—Posiblemente nevé más tarde— le contesto desde la chimenea.

—¿Qué es nevar?

Volteo para mirarla, un poco sorprendido. Ella sigue concentrada en el paisaje de la ventana. Su expresión es nostálgica, y sus mejillas están pálidas. Sus ojos están perdidos, en algún punto específico del vacío. Conozco esa mirada. Ella quiere salir.

—¿Nunca has visto la nieve?

Niega levemente con su cabeza, sin despegar la mirada hacia el vacío. Termino de encender el fuego y me acerco con lentitud hasta ella. No voltea a mirarme, sigue concentrada en observar con melancolía el bosque través de la ventana. Verla así hace que mi corazón se estruje.

—¿No te gusta estar en casa?

—No es eso...me agrada estar aquí, es cálido—una diminuta sonrisa se forma en sus labios rojos— Pero hay tantas cosas que no conozco...quiero aprender más de este mundo...

Hay veces en que su forma de hablar me da miedo. Su melancolía repentina, sus ganas de salir y recorrer todo el mundo en un solo día, casi con desesperación. Es como si quisiera decir que no le queda mucho tiempo...

Interrumpo sus pensamientos y tomo su mano con suavidad. Esta helada. Ella por fin aparta la mirada del bosque y me mira, un poco sorprendida. Sus ojos verdes brillan, tan cristalinos como siempre, mientras su mirada me transmite curiosidad y sorpresa.

—¿Te gustaría conocer la nieve?

Ella sonríe.

El tenue sonido de nuestros pasos por el bosque es lo único que puede escucharse. La brisa helada agita las copas de los árboles, al igual que el suave y corto cabello de Freya.

Caminamos lentamente, entre ese espeso bosque helado. Ella va más adelante, y su ligera capa café se agita delicadamente al compás de sus pasos. Sus manos están enlazadas en su espalda, y su respiración es lenta, suave y silenciosa. Paz. Es lo que puedo adivinar que ella siente en este momento.

—Gabriel, ¿La nieve es linda?

Su pregunta me toma por sorpresa.

—Si, creo.

—¿Cómo es la nieve?

—No sabría explicarlo...—de repente se detiene, y voltea a mirarme con esos ojos llenos de curiosidad. Con esa mirada que exige respuestas. Suspiro.

—La nieve es...frágil, delicada, inexplicable. Es un misterio por resolver. Helada, pero al mismo tiempo hace que en tu interior algo cálido surja. Es divertida, y tranquilizante a la vez. Su sola presencia trasmite paz. La nieve es...como tú.

No me doy cuenta en que momento se forma una sonrisa estúpida en mi cara. Cuando caigo en cuenta de lo que he dicho, mis mejillas se encienden, tan ilógicamente. Mi corazón late con fuerza, como si quisiera salir corriendo. Que vergüenza.

Ella solo me mira, sin decir nada. sus mejillas están un poco rojas, sus labios ligeramente entreabiertos, y sus ojos brillan, como si quisieran llorar.

—P-pero ¿P-porque no esperas un p-poco para v-verla? —desvió mi mirada de esos ojos de fuego que me enloquecen y miro un árbol que de momento me parece muy interesante.

Silencio. Un silencio un poco incómodo. Mis mejillas no dejan de arder, y yo sigo concentrado en admirar ese interesante árbol. Ella se acerca un poco a mí, y decide esperar pacientemente. Sus ojos observan todo con atención, pero evita mirarme. Las mejillas de ella también están sonrojadas.

Un Nuevo AmanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora