RECUERDOS

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Los sonidos del bosque me sacan de mi ensoñación. El viento helado corre, enfriando más mi piel. A través de mis pies descalzos puedo sentir el pasto, húmedo y algo rugoso.

Abro mis ojos lentamente. Parpadeo varias veces antes de enfocar mi visión. Lo primero que veo frente a mí, es aquella cabaña que es mi hogar, bajo los delicados rayos del sol. Apenas está amaneciendo.

Volteo a mi alrededor. El bosque sigue igual de espeso y majestuoso. El pasto se agita, al compás del viento, y las gotas de roció forma pequeñas perlas cristalinas en las hojas de todas las plantas. Alguno que otro pájaro están en los árboles y trina alegremente, saludando al amanecer.

Regreso a mirar a la cabaña. Las hermosas flores que adornan el pórtico también están empapadas de roció. La fuerte y rígida madera de la puerta esta brillante, como si no tuviera mucho tiempo a expensas de la naturaleza. Y arriba, en el soporte de la casa está esculpido en volumen un dragón...

Los sonidos de unos pasos hacen que me ponga alerta. Mi cuerpo se tensa, y mis sentidos se agudizan. Mis ojos buscan en dirección en la que escucho el sonido.

—Gabriel mi vida, ¿Estás aquí?

Esa voz...

Aun no puedo ver a nadie. Pero esa voz femenina hace que mi cuerpo se relaje. Esa voz que conozco tan bien. De nuevo busco con la mirada su silueta delgada. Sus pasos cada vez se escuchan más cerca. Al instante, por detrás de la cabaña aparece, y su vestido azul se mueve graciosamente con sus pasos presurosos. Su largo cabello negro como la noche se agita por el viento, y sus ojos esmeraldas me miran alegres, como solo ella puede mirar.

Mamá, te he extrañado tanto...

No lo entiendo. Se supone que ella se fue hace mucho tiempo, igual que Papá...

—¡Mami! —grita mi voz infantil, y corro en dirección hacia ella

Mi madre extiende sus brazos y me recibe amorosa. Me carga, y acaricia mis cabellos con suavidad. Oculto mi rostro infantil en su pecho, y puedo percibir su delicado aroma de frutas.

—Gabriel, ya te he dicho que no te alejes mucho de aquí— me reprende suavemente.

—Si me alejo mucho, ¿Los dragones me van a comer?

—No creo que los dragones se coman a un niño tan bonito como tu —mi madre sonríe mientras me hace cosquillas. Los dos reímos al mismo tiempo.

Después de unos momentos, me baja al suelo y yo sujeto su mano. Entramos en la cabaña en medio de más carcajadas. Al entrar puedo percibir ese calor que hace mucho tiempo no sentía. Inhalo profundo, y el olor del café en el fogón impregna mis sentidos.

La cabaña esta como la recordaba: ahí, colgado arriba de la chimenea, la pintura de nuestra familia en ese gran escudo de madera parece brillar. Las paredes adornadas por pinturas y cuernos son majestuosas. Los muebles están en orden, y todo es perfectamente limpio. En la sala; para ser preciso en pequeña mesa en el centro, una escultura de un dragón en pleno vuelo hecha por mi padre embellece la estancia. El fuego arde en la chimenea, y ese toque cálido es de su autoría.

Mi madre se dirige a la cocina, y yo voy atrás de ella. Retoma su tarea de cortar los vegetales para el almuerzo, y yo me ofrezco a ayudarle a lavar las manzanas que están en la cesta.

—¿Cuándo llegara mi papá, mami? —pregunto sin apartar la mirada de mi labor

—No debe tardar mucho —la mirada de mamá se enfoca en la ventana.

Un Nuevo AmanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora