EN MEDIO DE LA OBSCURIDAD

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El canto de las aves por la mañana me despierta. Afuera hace frio, y es casi seguro que nevó la noche anterior. Con pesar, me incorporo de la cama y froto mis adormilados ojos. Aparto de mi rostro los mechones rebeldes de mi cabello castaño, y miro hacia la ventana. Por la luz que se cuela a través de los cristales, apenas está amaneciendo. Me levanto con pesar.

El desayuno trascurre sin novedades. Tomo en silencio pequeños bocados de pan frio, junto con té; mientras mis pensamientos se enredan una vez más en mi cabeza. El silencio en aquella cabaña solitaria que una vez me transmitió tanta paz, ahora me vuelve loco.

Me muevo por mi casa como programado para seguir una rutina que me sé de memoria, pero algo no concuerda. Algo está fuera de lugar, como si me faltara la chispa de la vida misma. Estoy en un trance total, desde hace tres días. Y es que, cada vez que cierro mis ojos, en mi mente puedo ver los centellantes ojos de fuego de esa chica.

No lo entiendo. ¿Cómo es que una simple mirada puede revolver mi ordenado mundo? ¿Cómo son capaces de cautivarme por completo los ojos de una desconocida? Apenas la vi un par de minutos, ¿Por qué siento la necesidad de encontrarla de nuevo? ¿Por qué siento este desesperado sentimiento por conocerla?

Hago a un lado todos estos sentimientos confusos, y me dispongo a seguir con mi aburrida rutina de siempre.

—Buenos días Noche. ¿Dormiste bien? —digo mientras entro al establo, en donde Noche me espera impaciente.

El también parece preocupado. Se mueve con rapidez por el bosque, de manera casi sigilosa; mientras caminamos hacia el pueblo. De repente se detiene, y mira hacia alrededor, como si buscara algo (más bien, a alguien), para después continuar el camino. Yo solo me limito a mirarlo, y a actuar como si nada sucediera. Comprendo perfectamente que el también esta desordenado.

Y es que, todo este desorden es por culpa de sus ojos. De esos ojos de fuego. De esa chica, que en mi trance deje ir, sin ni siquiera preguntarle su nombre.

—¡Arggg, ya basta de pensar en ella! —le grito a la nada, tratando de despejar mi mente. Apresuro más mis pasos, para sorpresa de Noche; que me sigue sin protestar.

Llegamos al pueblo. Un pueblo que aún no tiene nombre. Es un lugar poco agradable, al igual que las personas que viven en él. Las calles estrechas, sucias y rodeadas de maleza se llenan por el paso de carretas que transportan tantos objetos como puedas imaginar. Los ladrones solo esperan una oportunidad para arrebatar de las manos de alguien distraído lo que sea que haya comprado. Y tampoco es raro ver a alguna de esas lagartijas con alas volar por ahí y fastidiar a quien puedan.

Pero hoy tenemos que hacer un algo importante, algo de lo que depende nuestro sustento. Un trabajo que consiste en vender todos los vegetales y los peces que atrape y recolecte esta mañana.

Las personas siempre buscan casi con desesperación mis productos. No es por ser un presumido, pero la calidad es un adjetivo distintivo de lo que sea que venda. Hoy particularmente, estoy comerciando algo totalmente legal. La vida es dura para un chico de 17 años en un mundo de guerra; así que en algunas ocasiones los objetos que llenan los cestos en la espalda de Noche varían, desde pólvora y espadas, hasta muñecas de marfil.

Solo hace falta detenerme en medio de la plaza, y destapar los cestos para que la gente se encargue de llevárselo todo (claro, con el respectivo pago de por medio, o un trueque justo). Y así, poco a poco, los cestos se vacían para nuestra suerte.

Así, entre gente bulliciosa y ajetreo cotidiano, la mañana se desvanece dando paso a la fresca tarde, la cual marca la hora de nuestro regreso.

El silencio del camino solo es opacado por el viento entre las ramas de los árboles. El aire frio comienza a sentirse con más intensidad, en aquel bosque espeso. Poco a poco, comenzamos a entrar en una zona arbolada más densa, más apartada de aquel pueblo sin gracia.

Un Nuevo AmanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora