𝗖𝗔𝗣Í𝗧𝗨𝗟𝗢 𝗦𝗜𝗘𝗧𝗘

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Los cazadores desarrollamos un sexto sentido cuando la repugnante sangre va escurriéndose entre nuestras manos, volviéndose una maldición perpetua hasta hacernos inhumanos. El presentimiento nauseabundo regresó más impetuoso que antes cuando observé a los Jinetes Fantasma; ellos me miraban con evidente curiosidad.

— ¡Corre, Nyx! —el grito de Scott se desvaneció entre el escándalo y los demás gritos. Sonaba cual auténtica súplica. Pero sus amigos lo escucharon, dispersándose por el salón para llegar a la puerta.

Encabecé el trote, cuando de repente un espectro apareció frente a nosotros, cortándonos el paso. Lo detallé con cuidado. La sensación todavía no terminaba de esfumarse, sino incrementaba.

— Váyanse. —murmuré a la manada—. Váyanse ahora.

— No te dejaremos sola. —protestó Lydia.

— Estaré bien. —sonreí, sin dejar de mirar al espectro.

La manada salió corriendo, llevándose consigo a Scott. Los Jinetes Fantasma comenzaron a rodearme lentamente, cual enigmática presa. No parecían reales. Desenfundé una daga del vestido, maldiciéndome por haber olvidado mi maldita pistola.

— ¡Deberían marcharse al maldito infierno!

Grité, demasiado fuera de mí misma, perdiendo toda compostura. Con movimientos veloces empecé a apuñalarlos; la daga soltaba rayos luminosos, brillantes y cegadores. Los espectros iban desapareciendo inmediatamente, uno por uno. Pero no fue suficiente. Un Jinete se abalanzó contra mí, enviándome contra una pared; la daga se escapó debido al impacto. Él lanzó un golpe directo al rostro, empujándome contra una mesa de bebidas. Sujeté mi abdomen sangrante.

— Maldición —musité entre dientes—, ¿quiénes son ustedes?

«Somos la caza salvaje, y quienes cazan con nosotros, cazarán eternamente». —musitó uno de ellos. Ellos podían entenderme.

— ¿Qué demonios significa eso? —protesté, no entiendo nada—. ¿Por qué demonios están aquí, atormentándonos cual demonios?

«Somos la caza salvaje, y quienes cazan con nosotros, cazarán eternamente» —volvió a decir.

— ¿Qué quieren de nosotros? —pregunté, aproximándome.

Pero no obtuve ninguna respuesta. El Jinete no respondió, tampoco pretendió aproximarse para causarme algún daño. Me incorporé, naturalmente adolorida, intentando alcanzarlo; pero desapareció, desvaneciéndose en cenizas. Nunca tuvo intenciones de dañarme. En seguida, oí mi nombre repetirse incontables veces, cual puñaladas.

No conseguía comprender aquel magnetismo recorriendo cada extremidad de mi cuerpo, volviéndose una especie de veneno, resultando irreconocible. El Jinete no tuvo intenciones de hacerme daño, aunque pudo hacerlo sin ningún problema; de hecho, pese a tener un semblante terrorífico, algo me decía que había algo más ahí. Un presunto dolor inimaginable, perturbaciones perpetuas volviéndose dolorosas.

— ¡Nyx! —exclamó Scott, avanzando hacia mí—. ¿Estás bien?

— Sobreviviré. —respondí, colocando una mano sobre su mejilla. Sin embargo, esa sensación jamás desapareció. Había algo extraño. Seguidamente, entraron los demás, bastante confundidos.

— ¿Qué mierda ha pasado? —inquirió Liam observando el lugar.

— Los Jinetes han desaparecido. —contestó Lydia, abriéndose paso para llegar hasta mí. Me miraba con evidente preocupación—. ¿Qué pasó?

— No sé cómo explicarlo. —no había manera de explicar los extraños acontecimientos y que sonaran sensatos—. Solo sé que uno se dirigió a mí y me dijo algo que no logro entender.

𝗟𝗶𝗻𝗮𝗷𝗲 𝗔𝗿𝗴𝗲𝗻𝘁Donde viven las historias. Descúbrelo ahora