𝗖𝗔𝗣Í𝗧𝗨𝗟𝗢 𝗗𝗜𝗘𝗭

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1. ¿Por qué los Jinetes Fantasma no me llevaron?
2. ¿Por qué Kate querría veneno corriendo por mis venas?
3. ¿Por qué tengo la necesidad de atrapar al Sabueso del Infierno?
4. ¿Quién es mi padre?

No lograba concentrarme. Las cuatro preguntas estaban escritas ordenadamente en una pequeña libreta. Kate me había dejado con incontables dudas merecedoras de respuestas; de hecho, contra todo buen juicio, ni siquiera necesité guardar verdadero reposo. Necesitaba buscar a un terapeuta o terminaría volviéndome loca.

— Señorita Argent, ¿podría pasar a la pizarra y deleitarnos con su presunto conocimiento? —inquirió el profesor, manteniendo el ceño fruncido—. Ya que está tan interesada.

Desconcertada por la repentina orden, desvié la mirada del cuaderno de apuntes para observarlo con pereza, realmente no me apetecía resolver ejercicios matemáticos. Salir corriendo tampoco era opción. Me incorporé maldiciendo entre dientes; resolví aquel problema, sin ánimos ni alegría alguna, aunque nunca fui mala en la materia, y volví a sentarme.

— Excelente como siempre, Argent. Le sugiero preste debida atención, siempre y cuando quiera evitar la detención, por supuesto.

Prácticamente, sin creer en ningún Dios en particular, recé entre dientes para terminar con aquel suplicio. Los siguientes minutos estuve mordiéndome el labio. Scott estaba detrás de mí, observándome con curiosidad. En seguida, aprovechando su atención, tomé un bolígrafo para anotar en un papel: «¡esto verdaderamente apesta!».

Él esbozó una sonrisa y, de manera sensata, respondió: «tienes toda la razón». Tomé de nuevo el bolígrafo para escribir: «¿harás algo más tarde?», era simple conversación. Scott contestó: «tengo práctica, ¿me acompañarías?». No tuve que afirmarlo con un papel, sino bosquejé una sonrisa mientras continuaba copiando aquellos ejercicios.

El timbre se anunció pronto, y varios suspiros de satisfacción emitidos por los estudiantes inundaron el ambiente. Nadie quería saber nada sobre actividades extracurriculares. Tomé mi bolso antes de seguir a Scott, avanzando juntos hacia el campo donde nos separamos.

— ¡Suerte, chicos!

— ¡Gracias! —contestó Liam antes de salir trotando.

Era bastante tarde. La escuela estaba completamente sola a excepción del equipo. Sentí verdadera preocupación envolviéndome cuando el cielo ennegrecido anunció tempestad. Una tormenta desataría a los Jinetes Fantasma, ocasionando más daño del necesario. Mi peor temor se hizo realidad cuando incontables gotas de lluvia descendieron. Scott, muy apartado de mí, bosquejó una nostálgica mirada. En respuesta, me incorporé, anunciando que recorrería el campo.

Scott no estuvo de acuerdo. Mis pasos fueron inaudibles gracias a la tempestad, esa lluvia arrasando con todo sonido. Sin importarme estar demasiado empapada, me recosté del autobús escolar y apoyé mi adolorida cabeza del cañón de mi pistola. El agua me resbalaba por las pálidas mejillas hasta perderse camino al estómago. Logré distinguir inconfundibles golpes, producto de los palos de Lacrosse.

Al instante, teniendo un asqueroso presentimiento, agudicé mi oído. Con una sonrisa calculadora me volví con toda la fuerza y movilidad permitida por mis extremidades. Golpeé a Kate directamente en el rostro.

— ¡Que inicie el juego, Kate! —exclamé, mirándola cual presa—. Ambas somos guerreras, cazadoras por linaje, dos armas letales, dos Argent luchando entre sí con todas sus fuerzas. ¿Por qué demonios me traicionaste de esta manera? ¡Veneno corre por mis venas gracias a tu maldito descaro! ¿Por qué? ¿Por qué?

Sin darme siquiera tiempo de reaccionar, Kate me cogió del cuello hasta brutalmente abalanzarme contra el autobús. Después, como si fuera poco, avanzó para cerrarme las vías respiratorias. Tomé sus propias manos ejerciendo presión para lograr liberarme.

— Porque te necesito a mi servicio y como sea debo tenerte.

— Dios mío —musité—, eso podría malinterpretarse.

Tomé el arma del cinturón, sorprendiéndome a mí misma por los movimientos sobrehumanos, y disparé repetidas veces a Kate, quien inmediatamente cayó de rodillas jadeando de dolor. En seguida, coloqué el cañón contra su cráneo. Apenas podíamos respirar.

— Habla de una vez, no quiero tus absurdas pistas. ¿Quién mierda es mi padre?

— Derek, Derek Hale. 

𝗟𝗶𝗻𝗮𝗷𝗲 𝗔𝗿𝗴𝗲𝗻𝘁Donde viven las historias. Descúbrelo ahora