Octava hora, lunes

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Querido Papaíto-Piernas-Largas:

Espero que no haya sido usted aquel síndico que un día se sentó sobre un sapo. Me dijeron que el bicho había dado un tremendo topetazo, por lo tanto debió tratarse de un síndico más gordo que usted.

¿Se acuerda de aquellos huecos con rejillas que había junto a las ventanas del lavadero en el asilo? En primavera, para la estación de los sapos, solíamos hacer toda una colección de esos bichos y los escondíamos en esos huequitos. No era difícil que algunos saltaran hasta el lavadero,causando gran revuelo los días de lavado. Siempre nos castigaban con el máximo rigor por esas diabluras, pero a pesar de todo seguíamos coleccionando sapos todos los años.

Un día... Bueno, no quiero cansarlo con los detalles del caso, pero lo cierto es que uno de los escuerzos más gordos, grandes y ju-go-sos de nuestra colección se coló hasta el salón de los síndicos y se acomodó en uno de los sillones de cuero. Y esa tarde, en medio de la reunión de esos señorones... En fin, me imagino que usted también estaría allí y que recuerda el resto del episodio.

Mirando las cosas a la distancia y sin pasión, reconozco que el castigo que nos dieron fue merecido y, si mal no recuerdo, adecuado al tamaño de la falta.

No sé por qué me encuentro hoy tan inclinada a las reminiscencias. Será tal vez que la llegada de la primavera y la reaparición de los sapos siempre me despiertan el viejo instinto adquisitivo. Lo único que me retiene ahora de comentar la colección es que no tenemos aquí ninguna norma que lo prohíba.

Papaito Piernas Largas de Jean WebsterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora