Desde la enfermería

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Querido Papaíto-Piernas-Largas:

Ayer a la tarde, justo al anochecer mientras estaba sentada en la cama mirando llover por la ventana y pensando en lo aburrida que es la vida de una enferma en una gran institución, apareció la enfermera con una gran caja blanca a mi nombre y llena de los más preciosos pimpollos de rosa que he visto jamás. Y lo que es más, venían acompañados de una tarjeta con unas palabras muy amables escritas con letra inclinada hacia la izquierda, rarísima, ¡pero que índica mucho carácter! ¡Gracias, Papaíto, mil gracias! Estas flores son el primer regalo verdadero que he recibido en mi vida- Si quiere saber cómo soy de tonta, me eché a llorar... ¡de feliz que me sentía!

Ahora que estoy segura de que Iee usted mis cartas, trataré de hacerlas mucho más interesantes de modo que valga la pena conservarlas... y hasta ponerles marco. ¡Todas menos aquella horrible que le escribí la semana pasada! ¡Por favor, saque ésa del montón y quémela! Me horroriza pensar que pueda usted releerla. Gracias otra vez por alegrar a una pobre novatita que se sentía muy mal y muy desdichada y de mal humor. Probablemente tenga usted mucha familia y amigos y por eso no puede imaginar lo que significa estar completamente sola.

Adiós. Le prometo formalmente que nunca más me pondré me pondré antipática, puesto que ahora me consta que es usted una persona de veras y no un fantasma. También le prometo no hacerle más preguntas. ¿Todavía odia a las chicas?

Suya para siempre, Judy

Papaito Piernas Largas de Jean WebsterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora