Ya había amanecido y la tenue luz del sol que se colaba por las cortinas iluminaba la habitación. Creaba el ambiente perfecto para lo que pasaba dentro de ella.
Sus cuerpos abarcaban solo la mitad de la cama, enredados entre las sábanas.
Se besaron hasta que les faltó la respiración, hasta tener el rostro rojo y sentir los labios hinchados.
Las manos de ambos recorrieron la piel del otro, curiosas, deseosas de provocar placer. Habían esperado tanto y se necesitaban más de lo que habían pensado.
Hasta que sin avisar, el contacto se perdió, Jimin se soltó del abrazo y se alejó del menor.
Jungkook acarició su cintura y acercó su rostro a la curvatura de su cuello.
─ Hey ¿pasa algo?
─ Esto no está bien. No sé qué estamos haciendo.
─ Estamos seguros de lo que sentimos ¿verdad?
Jimin volteó lentamente, era egoísta de su parte, pero Jungkook tenía razón.
Y poco a poco fue cediendo otra vez.
Jungkook repartió besos por su abdomen, haciendo que el mayor no contuviera las carcajadas por las cosquillas que le causaban. Por ratos también jugaba con sus dedos, mientras acariciaba sus pequeñas manos.
Jimin descubrió que el cabello del menor era tan suave como lo imaginaba y que su piel también lo era, esta vez pudo trazar figuras con los lunares de Jungkook sin tener miedo.
Por ratos se recostaban solo para mirarse y ver quién podía aguantar más tiempo sin pestañear.
Para Jimin solo existía Jungkook.
Y para Jungkook solo existía Jimin.
Fueron minutos interminables de caricias, de pequeños gemidos contenidos, de esa agradable sensación de electricidad recorrer su piel.
Quizá era la ocasión perfecta para llegar a más, para saciar el deseo que tenían por el otro, pero extrañamente todos esos besos y caricias fueron suficientes para sentirse completos. Nunca habían experimentado algo así con alguien más.
Jimin temía volverse adicto a la calidez de Jungkook, pero acababa de comprobar que no había adicción más dulce que esa.
