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—No deberías ser tan descuidado.

Sentado en una de las desvancijadas sillas de madera de la cocina, Gael apretó los labios con fuerza cuando Risa terminó de vendarle al torso y le dió una palmadita.

—No eres un inmortal —le recordó la mujer.

—Ni lo necesito —replicó el muchacho, en voz baja.

Risa sacudió la cabeza en desacuerdo mientras recogía las herramientas con las que había limpiado, suturado y vendado la alargada y profunda herida con la que el joven se presentó en su casa a las una de la madrugada.

—Tú sabrás lo que haces con tu vida, Gael. Pero si continuas por el camino que vas, me lavaré las manos contigo.

Ante su encogimiento de hombros, Risa bufó.

—Por favor, márchate ya —suspiro la mujer—. E intenta evitar que te vuelvan a herir. Me gustaría tener una tranquila noche de sueño. A diferencia de ti, yo vivo de día. No de noche.

Tras ponerse la camisa que Risa le prestó, ya que la suya estaba rota, Gael recogió su gabardinada cubierta de sangre. Una vez de pie, le dedicó una pequeña reverencia con la cabeza a la mujer que en más de una ocasión le ayudó, aunque no fuera por bondad. Para luego marcharse tal y como vinó, desapareciendo en un estallido de luz.

—Maldita sea —mascullo Risa, tomando asiento en la silla que antes ocupó Gael—. Maldita sea —repitió.

Segura de que no podría volver a conciliar el sueño, la mujer agarró varios productos de limpieza del armario de abajo del fregadero y se puso manos a la obra. Comenzó a limpiar el charco de sangre que Gael dejó sobre el suelo de madera. De no ser porque le debía mucho al que le pidió que le cuidara, hacia mucho tiempo que se hubiera desatendido de él.

Le remordiera o no la conciencia.


inmortal [GAY]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora