Capítulo 3

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Sonaba canción tras canción, el viento me helaba la nariz. Digamos qué, siendo totalmente sincero, prefería el verano antes que el otoño. Resistía más el terrible calor que el insoportable frío.
Además, odiaba del todo que mis mejillas tuvieran un color rojo, la gran mayoría de las personas pensaban que era un sonrojamiento por vergüenza, timidez, o inquietud. Patético. Vamos, es obvio que lo rojizo en mis cachetes era por la época que me ponía así.

Miraba con atención la reacción de los chicos ante la música que venía del parlante. Alex, tarareaba la canción. Bruno, golpeaba los dedos levemente en su pantalón de jean al compás de la música y Louis simplemente tenía los ojos cerrados. Me preguntaba si él estaba imaginando algo, y si era así, ¿En qué pensaba?
Yo, observaba un punto fijo, sin despegar la vista de este. Me daba miedo parpadear porque en un abrir y cerrar de ojos, podría irse y desaparecer.
- ¿Qué miras tanto, Dylan?- me sorprendió Alex, observándome con una ceja levantada.
- Nada, nada de nada- respondí rápidamente.
- Puedo ser inválido, pero no ciego- dijo Louis en un tono divertido.
- Humor negro del bueno, hermano- se río Bruno, con esa carcajada tan estruendosa pero graciosa.
- Ve. Vamos amigo, ve.

Me levanté sin decir nada, esperando no ocasionar ningún ruido para no espantar a mi punto fijo. Me dirigía hasta aquel banquillo blanco, que por cierto, estaba hecho un asco total.
Llegué.
- Hey.
- Hola, ¿Puedo ayudarte en algo?
- Creo que yo debería hacerte esa pregunta- contesté a esa extraña chica.
- Estoy bien- me dijo, y se limpió las lágrimas que amenazaban con salir de esos ojos cristalinos, rojos e hinchados, con la manga de su sudadera negra. Llevaba auriculares azul marino calgados en su cuello. Su cabello castaño claro estaba detrás de sus degadas orejas
-No, no lo estás- crucé de brazos- ¿Sabes? Mentir está mal.
- ¿Tengo cara de que me importe, cariño?- gruñó en voz alta.- Además, ¿Quién eres para decirme qué está mal? ¿Mi mamá, mi papá? ¿Dios, acaso?
Solté una risa mientras bajaba la cabeza. Buen chiste, chica.
- Okay, lo lamento- dije metiendo mis manos en los bolsillos delanteros de mi pantalón.
- No te preocupes- susurró. Hubo un silencio un rato, un silencio tan incómodo que pensé en irme, pero por alguna extraña razón no podía, no quería dejarla sola.
- Me llamo Dylan- saludé finamente.
Me dió una sonrisa torcida, me miró directo a los ojos y me dijo:
- Soy Sarah, pero puedes decirme "la chica del parque".
- Sarah, es un gusto conocerte- extendí mi mano.
- Lo mismo digo, Rojito- agarró mi mano y se convirtió en un amistoso apretón. No puedo explicar lo que sentí al tocar su piel, pero sí diré que estaba helada, al igual que mi estómago, helado y lleno de mariposas.
- ¿Rojito?- pregunté
- Tus mejillas, Dylan. Están tan rojas como una manzana.- y de nuevo, mis calletes rojos destacaron. Pero esta vez, no era por frío, era por ella.

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